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Alberto Míguez

Paz y desarme bajo palabra

Que la paz en Macedonia no sería cosa fácil estaba cantado, salvo para Javier Solana, cuyo optimismo a prueba de bomba y metralleta quedará en los anales de este tipo de conflictos balcánicos como un ejemplo insigne de dontancredismo y doble lenguaje. Se trataba, al parecer, de firmar contra viento y marea un tratado que permitiera frenar temporalmente las hostilidades entre las dos comunidades.

Así se hizo. Pero el documento en cuestión era tan débil como la paz que anunciaba, y ahora ninguno de los firmantes está de acuerdo en casi nada: ni en el número de armas que las tropas de la OTAN deben recoger, ni en el desarme consiguiente de las fuerzas regulares del gobierno macedonio, ni en las medidas de confianza necesarias para que no se repitan los enfrentamientos entre albaneses y serbio-macedonios con la ferocidad característica de la zona y de los beligerantes.

Nada de esto quedó atado y bien atado. Ahora, a los soldados de la OTAN (franceses y británicos, pero también algún español) no les queda más remedio que meterse hasta las cejas en un conflicto que no ha terminado, que tiene pocas trazas de concluir y que, además, tampoco el contingente internacional tiene el mandato ni los medios para concluirlo.

Todo indica que en Macedonia se prepara una guerra con todas las de la ley y que ni Naciones Unidas ni la OTAN, ni mucho menos la Unión Europea, tienen en sus manos la posibilidad de impedirla. A lo sumo, lo que se ha logrado es un desarme bajo palabra, que puede conducir a una paz, también bajo palabra.