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Alberto Míguez

Ángela Calamidad

El papelón hecho por TVE y la mayor parte de las televisiones públicas españolas durante el “martes negro” y horas posteriores merecería capítulo aparte en la historia de la escudería Ferrari si algún día alguien se atreve a escribirla.

La última gracia de los informativos (¿¡) de la mejor televisión española del mundo mundial ha sido una crónica desde Jerusalén de la corresponsal titular de esta cadena, o lo que sea, en la que la señorita Ángela Rodicio expresa sus opiniones sobre el número de víctimas del conflicto árabe-israelí y las compara con las del “martes negro”. Dado que hubo más muertos en el conflicto que en las Torres Gemelas, se entiende la acción de los terroristas. En esta contabilidad siniestra, lo importante no son las víctimas, sino el número de muertos.

Ángela Calamidad no suele contar lo que pasa en su corralito, sino lo que cree que pasa; hace editoriales, pontifica sobre el bien y el mal, juzga al Gobierno israelí, se embelesa ante Yaser Arafat y sus amigos, ensalza la extraordinaria labor de los niños honderos de la tercera o cuarta intifada e intenta convencer a los telespectadores ibéricos de que, como diría Franco de Stalin, “Rusia es culpable”, mejor dicho, Israel.

Ya es de mucha guasa que TVE tenga como corresponsal a una señora tartamuda, con voz de papagayo acatarrado y cerebro de mosquito. Pero que, además, la misma dama abastezca de ideología a Ferrari y sus muchachos sobre lo que pasa en Gaza y Jerusalen, en Nueva York y en El Cairo, se erija en predicadora y madre superiora de un invento que pagamos (¡ay!) todos los españoles, supera el esperpento.

En realidad todo lo que se refiere a la TVE es esperpéntico, aunque al Gobierno le encante, al pobre Pío Cabanillas le reconforte y a don Aznar le embelese.

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