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Diana Molineaux

En la cuerda floja

Una semana después del ataque terrorista, el presidente Bush baila en la cuerda floja: por un lado, estiran los impacientes que exigen una represalia rápida y, por otro, los escépticos de oficio preparados a saltarle al cuello por la "precipitacion" de una "respuesta agresiva".

Bush se equilibra con el consejo de sus colaboradores y el sentido común mayoritario, pues más del 70% de los norteamericanos prefiere esperar a descubrir los culpables en vez de atacar víctimas inocentes. Pero las mismas voces que la semana pasada se anticipaban en lamentar la "agresión" norteamericana, como si las represalias no tuvieran justificación nunca, ahora tratan de quitarle mérito a Bush por no haberse precipitado.

Y no son sólo las habituales voces de la izquierda norteamericana, sino también entre la prensa europea y española, que repite con el papanatismo habitual lo que lee en el NYT y ve en la CNN, medios a los que perdona ser norteamericanos porque son progres. La nueva teoría es que Bush ha frenado su inclinación de Rambo gracias a que su secretario de Estado Colin Powell le ha hecho "entrar en razón".

Powell es irritante para las izquierdas, pues es un negro que les decepciona al no estar donde le corresponde, es decir, en las filas demócratas. Pero lo toleran porque es un héroe de la Guerra del Golfo Pérsico y atacarlo sería impopular entre los negros y porque es lo suficientemente "civilizado" para declararse partidario de que se mantenga la legalidad del aborto.

Nuestros colegas españoles incluso se hacen eco de la hueca conspiración fraguada en las redacciones norteamericanas, según las cuales Bush habría abandonado a Powell en favor de la asesora de seguridad Condolezza Rice hasta que, por alguna razón no esclarecida aún, el secretario de Estado ha recuperado su influencia y ha evitado que Bush lance sus misiles contra fábricas de medicinas o campos de entrenamiento abandonados, como hizo su añorado Bill Clinton.

En los comentarios de Estados Unidos hay frecuentes referencias a los errores de Clinton en estos ataques, pero sus admiradores españoles y europeos quieren olvidarlo y ahora tratan de proyectar en Bush la indignación que reprimieron ante Clinton.

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