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El problema fundamental para alcanzar una auténtica paz en el conflicto árabe-isaraelí es la voluntad genocida del integrismo islámico. Arafat no ha conseguido nunca, y ahora tampoco, ser el interlocutor único de su pueblo. Hamas y la Jihad Islámica, así como Hezbollá desde el Líbano, tienen como objetivo “exterminar” a los judíos, concluir el trabajo de Hitler.

El papanatismo multiculturalista se acompaña siempre de la desinformación y la ocultación. Se trasladan esquemas “occidentales” de forma que existirían dos pueblos o naciones obligados, mediante el diálogo, a llegar a un compromiso. De esa forma, la responsabilidad recae en la “intransigencia” judía, porque como Israel es una democracia con un planteamiento básicamente occidental, tiene, por supuesto, presunción de culpabilidad y es responsable de que mueran adolescentes, casi niños, palestinos. Pero nadie habla de una de las cuestiones de fondo: la educación en el odio, tan propia en el fondo de una cultura y una religión inhumanas que predican la guerra santa para imponer las propias ideas.

La posibilidad de un acuerdo es muy limitada mientras esos grupos fundamentalistas persistan en su voluntad genocida, porque los judíos tienen la experiencia del Holocausto y no están dispuestos a ser exterminados, por mucha que sea la presión internacional. Y hacen bien. Otra cosa es que el integrismo islámico ha alimentado reductos menores, de distinta calificación ética, de integrismo judío, pues éste no aspira al genocidio. Entre ambos acabaron con los acuerdos de Oslo. El integrismo no respeta ningún acuerdo. Con los terroristas no hay diálogo posible. Es la lógica de su mentalidad perversa.

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