La primera reacción mediática tras los atentados del 11 de septiembre fue, de manera harto curiosa, establecer un temor mucho mayor a las posibles represalias de Bush que a la continuación de la ofensiva terrrorista. Sin que pasaran veinticuatro horas se estableció la tesis de que el gobierno norteamericano sería imprudente en su reacción. No ha sido así. Todo lo contrario. Estados Unidos ha producido la más extensa Alianza contra el terrorismo que han visto los tiempos. Ojalá que esto se hubiera hecho hace mucho tiempo. Ha conseguido el apoyo de la ONU, ahora diabolizada por Ben Laden. Ha comprendido bien el fenómeno y ha abierto frentes tan interesantes como la congelación de fondos económicos de personas y entidades relacionadas con los grupos terroristas. Y en lo referido al frente, viene actuando midiendo bien los pasos, castigando con dureza a los talibán. Ha habido un error al principio en la desconsideración hacia la Alianza del Norte, el único ejército aliado sobre el terreno, comprensible cuando menos por la necesidad de contentar a Pakistán y ante la conveniencia de no establecer una opción completa a favor de los tayikos para poder contar con tribus pahstún, etnia mayoritaria, rompiendo el principal apoyo a los talibán.
Los medios de comunicación, y específicamente las televisiones que en un conflicto pasan a ser determinantes han variado su discurso, actuando, en mi opinión, con notable irresponsabilidad. Cualquier televidente sentado ante nuestros informativos puede percibir un claro aire de derrotismo, que no se corresponde con hechos objetivos, o no lo parece, sino con climas subjetivos. Las causas de esa ambientación, que roza con frecuencia la estupidez, son varias y detectables. La primera es la manipulación informativa talibán a través del monopolio concedido a Al Yazeera, que, sin embargo, está siendo asumida con muy poca crítica por parte de las televisiones occidentales, las españolas, en concreto. A eso se suma el embajador talibán en Islamabad. Los medios han asumido una curiosa posición equidistante, de forma que se citan las fuentes de uno y otro bando, equiparándolas desde el punto de vista moral. Da la impresión de que las del Pentágono a veces resultan menos creíbles. Por ejemplo, la operación de los comandos contra la residencia del mulá tuerto Omar, ha sido luego calificada de desastre por un medio, y ello ha sido difundido casi como doctrina oficial.
El Pentágono está actuando bien, manteniendo el lógico secreto sobre las operaciones militares, pero las televisiones parecen necesitar los planes por adelantado, lo que es absurdo. Obligados los corresponsales a ofrecer una información fragmentaria, transmiten un tono algo resentido. Quien está en el foco de los acontecimientos suele dejarse llevar por apreciaciones superficiales. Quien ha coordinado corresponsales conoce ese riesgo. Insistir en que los bombardeos no están siendo efectivos no tiene base, ni, probablemente, lógica. Lo mismo se dijo en su día en el Golfo. Seguramente sí lo están siendo. Y seguramente los Estados Unidos hacen bien retrasando cualquier ofensiva terrestre que represente un elevado coste humano para sus soldados, porque entonces las televisiones cambiarían de nuevo su discurso, para mostrarse muy críticas. La superficialidad inherente al medio hace que el mensaje abunde en la banalización. La caja nunca ha sido, aparentemente, más tonta que en estos días.

Impaciencia e irresponsabilidad
En Internacional
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