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Maite Cunchillos

Bochornoso

Cuando un ciudadano normal y corriente entra en la Audiencia Nacional sufre el riesgo de ser casi casi desnudado si, al pasar por el arco magnético, suena el típico pitido molesto que avisa de "elementos metálicos". El arco de la Audiencia es parecido al que se puede ver en una comisaría, aeropuerto u oficina bancaria. De nada le sirve a ese pobre ciudadano explicar que su cinturón es metálico y que si se lo quita, corre peligro de quedarse en calzoncillos. Como en el control de acceso esté un riguroso policía, el pobre hombre tendrá que pasar y pasar por el arco magnético, mientras va dejando en la bandeja contigua, todos los instrumentos metálicos que lleve encima.

Las cosas no mejorarán si se trata de un ciudadano "periodista" acreditado en la Audiencia Nacional. El periodista acude a diario a la Audiencia. Conoce a todos los policías. Los policías incluso le aprecian y se tienen tanta confianza como para gastarse de vez en cuando bromas. Pero esa confianza no exime al redactor de la obligación de pasar por el puñetero arco magnético, todas las veces que sean necesarias. Si durante una mañana entra y sale de la Audiencia en veinte ocasiones, el redactor pasará por el arco veinte veces. Hay quien asegura que los periodistas de la Audiencia Nacional desprenden luz propia en la oscuridad...quizá sea exagerado. Los periodistas no se quejan porque son los primeros interesados en que se garantice la seguridad de ese edificio. Lo que no es exagerado es asegurar que el redactor habitual de la Audiencia Nacional será expulsado si un día se le olvida llevar colgando la acreditación que le identifica como "uno más de la casa". El policía que se encuentre ante un "plumilla" sin tarjeta, tiene la obligación de acompañarle hasta la calle; una situación que el periodista también puede llegar a entender, en aras de esa seguridad siempre buscada. Lo que ya no entiende el periodista es porqué las medidas de seguridad de la Audiencia Nacional se dirigen a la forma y no al fondo y además son inmunes para los delincuentes.

Tres locos proetarras (eran bastantes más) han tenido que montar sus arengas habituales para que todos nos enteremos de que las cámaras de vídeo de la Audiencia Nacional no estaban grabando. ¿No grababan ese día concreto o no graban nunca? El incidente provocado por los familiares de los miembros de ETA, Solana e Iragui, fue tan violento como para ordenar detenciones; arrestos dirigidos no se sabe exactamente contra quién, porque nadie identificó a los tres más violentos. No había imágenes ni policías uniformados. Y los violentos actuaron con más rapidez que jueces, fiscales y policías. Los proetarras salieron como Fuenteovejuna: todos se hacían responsables del incidente. Ante esa situación, el juez de guardia y su fiscal enseguida tipificaron los hechos como delito de terrorismo. Pero faltaba un "pequeño problema": no tenían al autor material de ese delito.

Es lamentable que determinadas personas se puedan reír del Estado de Derecho en la propia sede de la justicia. Si esto ha ocurrido en el tribunal especializado en delitos de terrorismo ¿qué puede ocurrir en un juzgado de San Sebastián, por poner un ejemplo? Y mientras, los ciudadanos de bien seguiremos pasando y pasando por el arco; un arco por el que, por cierto, una vez se coló una carta bomba. Otra mala suerte.


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