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Javier Ruiz Portella

Harry Potter ha aprendido catalán

Pocos días después de haber rechazado doblar al catalán la película del dichoso Harry Potter, la Warner Bross rectificó ostensiblemente, accediendo así a los deseos de la Generalitat. ¿Cuántos millones de pesetas (o acaso de euros) median entre ambas decisiones? ¿Cuántos millones… que se sumarán a los de un doblaje sufragado por todos los contribuyentes, cualquiera que sea el idioma en el que vayan a ver (o a no ver) la peliculita de marras? Los dirigentes de la multinacional estadounidense, además de frotarse las manos, aún no han salido de su asombro. Nunca habían visto nada parecido: ni en Dinamarca, ni en Hungría, ni en Holanda…, en ninguno de los numerosos países con lenguas minoritarias, nadie les había ofrecido nunca tan pingüe negocio. Lo cierto es que, después de este alarde de prodigalidad, se impone romper con los viejos estereotipos. ¿Quién podrá en lo sucesivo hablar de tacañería refiriéndose a tan derrochadoras gentes? Tal parece como si el más disparatado despilfarro fuera el signo “diferencial” de la catalanidad, al menos por lo que a las cuestiones lingüísticas se refiere.

Mi condición de catalán (no de primera, sino de antiquísima generación) me autoriza a bromear con cariño sobre los estereotipos que afectan a mi “patria chica” (por emplear esta expresión totalmente en desuso, tanto en Cataluña como en las demás regiones, y a la que me gusta recurrir en esos tiempos en que la “patria grande” parece haberse convertido en una “cáscara” vacía, como decía yo en un reciente libro). Pero dejémonos de bromas y cáscaras. Vayamos al grano.

Nada hay que objetar contra el hecho de que se doble al catalán la película del niñito ese (o la que sea). Aunque en realidad, sí se debe objetar algo fundamental: hay que aprovechar esta ocasión para lamentar que las películas sean dobladas a otros idiomas, perdiéndose con ello toda la riqueza contenida en la voz y dicción de los actores. Si se subtitularan las películas (como se hace por ejemplo en Bélgica, donde, a causa del problema nacional ahí existente, casi todos los filmes extranjeros conllevan dos líneas de texto: una en francés y otra en flamenco), mucho sería entonces lo economizado, amén de lo que ganaría la sensibilidad artística del público. Curiosamente, nadie se ha percatado en la ahorrativa Cataluña de que, con tal solución, el problema quedaría resuelto de un plumazo. Es cierto que se plantearía entonces una dificultad insoluble: ¿cuál de los dos idiomas ocuparía, al pie de la pantalla, la primera línea: el catalán o el español?…

De todos modos, nada tienen que ver las cuestiones cinematográficas con el gran revuelo montado en torno al dichoso doblaje. Repito: dejando aparte la extravagante dilapidación de fondos públicos ocasionada, me parece muy bien que se doblen las películas al catalán. Es más: pido y exijo que se doblen exactamente la mitad de las cintas extranjeras. Pero, ¡ay!, incluso entonces seguiría vilmente sojuzgada la lengua catalana; no habría paridad cinematográfica entre estos dos idiomas que, hoy por hoy, todo el mundo aún conoce a la perfección. Lo que se debería hacer es doblar también (o subtitular al catalán)… la mitad de las películas rodadas en español. De verdad: hasta aceptaría gustoso tales extravagancias… si éstas acarrearan al menos una contrapartida, si gracias a ellas se estableciera un auténtico bilingüismo: aquel en que ninguna de las dos lenguas de un país pretende, como sucede hoy con el catalán, ser hegemónica.

¿Cómo se podría conseguir tal cosa? Pues con medidas muy sencillas (y bastante más baratas, por lo demás). Por ejemplo, que los rótulos de carreteras y calles estén redactados en ambos idiomas; que en ambos también se expresen los documentos de ayuntamientos y Generalitat. Y sobre todo: que en catalán y en español se imparta, lejos de la actual discriminación hacia este último, toda la enseñanza para nuestros niños y jóvenes. Francamente, si tal fuera la contrapartida, y si además dejaran así de menospreciar lo español, que doblen cuantas películas les venga en gana. En tal caso, ¡hasta correría a ver la del bendito Harry Potter ese!

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