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La tradicional precipitación en sus juicios de Francisco Álvarez-Cascos ha conseguido que se haya difundido la falsa especie de que ha actuado al dictado de Aznar, en un esquema maquiavélico. Le falta, por supuesto, al ministro de Fomento autoridad moral para aparecer como el adalid de la democracia interna. Pero, sobre todo, en su trasfondo más racional su postura no es la reclamación de un debate en el partido sino el intento, bastante desesperado, de que algo cambie para que todo siga igual. Es decir, que él siga siendo ministro. Casi todos los que le han seguido por la senda del debate adolecen de esa misma falla: están directamente interesados en que siga Aznar porque con él tienen compromisos personales históricos, mientras que una sucesión no controlada puede provocar un corte generacional que conduzca a toda una generación a la jubilación.

Lo curioso es que esa hipotética base a la que se reclama como fuente de legitimidad no dice ni mu. De hecho en las elecciones de compromisarios se está dando la consigna de que a nadie se le ocurra buscar diez minutos de gloria en el Congreso de enero haciendo propuestas peligrosas. Esa base como tal, ha dejado de existir en el sentido clásico para recordar bastante una clá. Con esa realidad referirse a la democracia interna no pasa de una ocurrencia de Cascos.


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