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Alberto Míguez

El cuento de nunca acabar

Cada diez minutos una cadena de televisión, una agencia de prensa o un portavoz autorizado localizan al padre de todos los terroristas, Osama ben Laden, en una cueva de Afganistán, una aldea perdida de Pakistán o un desierto de Somalia. Un día es Bush, el otro Rumsfeld, el tercero el jefe de los pachtunes quienes aseguran que el escurridizo criminal está a punto de caer. Mientras, los B-52 siguen descargando bombas sobre las Montañas Blancas. Es el cuento de nunca acabar.

Lo importante, desde luego, no es dónde está Ben Laden, si es que está en alguna parte, sino la neutralización de la gavilla de indeseables, terroristas, bandidos y criminales que formaban su empresa. Mientras estos individuos se paseen libremente por Afganistán o los países vecinos, el mundo estará menos seguro. Fue desde luego un error concentrar en Ben Laden los resultados de esta guerra contra el terrorismo aunque se trate de una buena pieza, la más importante, tal vez. Muerto este perro no se acabará la rabia.

El video donde Ben Laden se regocija con el atentado de las Torres Gemelas y reconoce su participación en el genocidio está ayudando a focalizar la lucha contra el terrorismo a nivel planetario en la detección, detención o aniquilamiento de este pájaro. Los americanos de a pié piden venganza con toda razón. Pero lo importante no es cazarlo, vivo o muerto. Acabar con lo que representa y promueve, parece más urgente.


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