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Parodiando el célebre parte del final de la Guerra, podría decirse que “el periplo marroquí de Zapatero ha alcanzado sus últimos objetivos demagógicos; el viaje ha terminado”. Ahora toca pagar la factura. Y hay facturas que arruinan cualquier viaje, del mismo modo que las bascas del mareo acaban con el entusiasmo de cualquier turista y arruinan la vista del monumento más extraordinario.

La factura del garbeo rifeño del secretario general del PSOE llegará a plazos. El primero será el de las realidades con que Marruecos debe ahora compensar los mimos de Zapatero. En principio, deberían ser gestos de amistad con el Gobierno de España, vuelta del embajador, declaraciones conciliadoras, plácemes oficiales y oficiosos, fin de las hostilidades, comienzo de una nueva época, en fin, lo habitual. Pero, entonces, ¿de qué habría servido volcar el cántaro de elogios al viajero leonés? Si la política de Aznar es tan mala como para que Zapatero haya sido recibido en loor de multitud subvencionada, ¿cómo premiarla a cuenta del jefe de la oposición? Pero, al mismo tiempo, ¿cómo limitar la gestión zapateril a la exhibición de sectarismo antipatriótico? Si Marruecos hace las paces con Aznar a cuenta de Zapatero, se acabó el desgaste del Gobierno español con la excusa del líder de la oposición. Por otra parte, la política del Gobierno español ni va a cambiar ni debe hacerlo, ahora menos que nunca. ¿Cómo justificará el atrabiliario régimen de Rabat un cambio suyo sin que España se haya movido? O no tenía justificación antes o no la tiene ahora. Haga lo que haga, mal, así que a lo mejor no hace nada.

El segundo plazo será más gravoso. A partir de ahora, cualquier fechoría marroquí en materia de pesca, pateras, Sahara o libertades públicas le tocará afrontarla y remediarla al “amigo de Marruecos”, o sea, a Zapatero. Por supuesto, no habrá mediaciones, pero se le pedirán todas. Y hará, una y otra vez, un papelón como el de la rueda de prensa de fin de viaje. Ante la pregunta del director de una de las revistas censuradas por el régimen marroquí, a las que se les ha impedido el acceso al accesible y dialogante Zapatero, éste sólo ha podido decir que si no habla de su Gobierno, menos va a hablar del de Marruecos. ¿Ni siquiera es capaz de defender un derecho humano tan elemental como es la libertad de expresión?

Inevitablemente, si no ha ido a hablar de política española y tampoco de política marroquí, tendremos que repetir la pregunta del primer día: ¿a qué ha ido Zapatero a Marruecos? Algunos dirán que a suicidarse políticamente, de la mano de González. Otro motivo más de preocupación


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