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Alberto Míguez

En nombre de Alah o de Khali

Todo parece preparado para que los ejércitos regulares de India y Pakistán se enfrenten por tercera vez en cincuenta años. Con la diferencia de que ambos países poseen armamento atómico operacional y misiles tierra-tierra capaces de transportarlo y hacerlo estallar a varios cientos de kilómetros del lugar desde donde se lanza. Era de esperar que la guerra de Afganistán tuviera consecuencias “colaterales”, alguien dio un pisotón en el hormiguero regional y hay que estar atentos a las consecuencias.

El régimen del dictador pakistaní Musharraf puede fácilmente haber encontrado en una guerra “patriótica” y religiosa (“estamos dispuestos a responder a las provocaciones en nombre de Alah”, acaba de declarar el dictador) la salida de urgencia para una situación política y socialmente insostenible. En cuanto al régimen hindú (una de las grandes democracias del planeta, algo que se ignora con suma facilidad) las tendencias nacionalistas que encabeza el primer ministro Atal Behari Vajpuye se verían claramente potenciadas con una guerra contra el enemigo perpetuo. Una guerra que comparte alguno de los elementos que el siglo pasado convirtieron algunos problemas “locales” en elementos esenciales de confrontación generalizada: provocación terrorista inicial, enfrentamientos religiosos y étnicos, reivindicaciones territoriales mutuas, papel preponderante de las fuerzas armadas, presión “popular” en la calle, rearme, etc.

Si la tensión crece y los enfrentamientos fronterizos se generalizan, podríamos estar ante la primera guerra atómica del nuevo milenio. Lo malo es que si las cosas del mundo siguen así, podría no ser ni la única ni la más letal.

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