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Carlos Ball

Rumsfeld, el nuevo icono americano

La gran popularidad del presidente George W. Bush es una agradable sorpresa para quienes nunca creímos lo que decían sus enemigos en la campaña electoral ni tampoco las burlas de políticos europeos respecto al ignorante vaquero tejano. Pero aún más sorprendente es la popularidad de Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa de Estados Unidos.

Los jefes de inmensas burocracias, como la del correo, de los parques nacionales o del Pentágono jamás han sido para mí objeto de mucho respeto ni admiración, pero cada vez que veo una rueda de prensa del secretario Rumsfeld quedo impresionado por su franqueza, por su empeño en plantear las cosas como son, sin ambigüedades ni imprecisiones. Jamás trata de ganar puntos con los reporteros, sino informar sobre lo que realmente sucede en la guerra contra el terrorismo. Su vocabulario es refrescante y políticamente incorrecto: a menudo, con desparpajo, asegura que van a acorralar y a matar a los enemigos y que si en el proceso ocurren víctimas inocentes, la culpa es sólo de los terroristas.

Los periodistas apreciamos que Rumsfeld reconoce que apenas hay tres tipos de respuestas aceptables para los reporteros: 'yo sé la contestación y se la voy a decir', o 'yo lo sé, pero no puedo decírselo' o, simplemente, 'yo no sé'. Parece sencillo y lógico, pero trate usted de recordar a cuántos otros políticos le ha escuchado decir 'no sé' y cuántos divagan cuando no quieren contestar.

La siguiente sorpresa fue enterarme que lo que me pasa con Rumsfeld también lo sienten no sólo otros periodistas sino el público en general. Las ruedas de prensa de Rumsfeld son sintonizadas y disfrutadas por millones de personas que aprecian la entereza de un hombre honorable y patriota, quien a veces no puede contestar alguna pregunta, pero cuando lo hace, nadie pone en duda lo que dice.

De repente vienen a mi memoria imágenes de mi padre, de maestros del colegio y la universidad, de gente honorable que he admirado y respetado a lo largo de mi vida, cuyos ademanes, manera de actuar y de decir las cosas me los recuerda Rumsfeld vivamente.

Luego de ocho años de oír a Bill Clinton decir que jamás había tenido relaciones sexuales con esta o aquella mujer y a Al Gore asegurarnos que había sido él quien inventó la Internet, qué satisfactorio y placentero es ver y escuchar a un señor como Rumsfeld, la figura opuesta a todos aquellos políticos que suelen provocarnos nausea y desprecio.

El dramático cambio de ambiente que notamos en todo el país lo describe muy bien Tony Snow, de Fox News, cuando nos recuerda que hasta hace poco los americanos mostraban su reacción a los sucesos importantes desplegando lacitos amarillos aquí y allá, mientras que ahora se despliega masivamente la bandera.

Es difícil imaginarse alguien más diferente que Rumsfeld a los usuales ídolos populares de las últimas décadas. Tiene 69 años, se corta pero no se pinta el pelo, usa traje y corbata, mira en los ojos a la gente cuando les habla, utiliza oraciones completas, bien enunciadas y no alza la voz ni dice vulgaridades. Don Rumsfeld fue piloto de las Fuerzas Navales; entre 1975 y 1977 ocupó en la administración de Gerald Ford el mismo cargo que hoy desempeña, siendo entonces el secretario de Defensa más joven de la historia americana. En 1977, recibió la más alta condecoración civil, la Medalla Presidencial de la Libertad.

Rumsfeld, oriundo de Chicago y graduado de Princeton, a los 30 años fue elegido miembro de la Cámara de Representantes. Sirvió en el Congreso desde 1962 hasta 1969, cuando aceptó el cargo de asistente del presidente Nixon, director de la Oficina de Oportunidades Económicas y miembro del gabinete. También goza de una amplia y exitosa experiencia en el sector privado, habiendo sido presidente de la empresa farmacéutica G. D. Searle. Posteriormente, fundó su propia compañía, pionera en el desarrollo de la tecnología de televisión digital de alta definición.

Rumsfeld ha escrito y recopilado un manual de reglas; en ellas cita a Winston Churchill: 'La victoria nunca es final. La derrota nunca es total. Lo que cuenta es el coraje'. Y a Friedrich Hayek: 'La ventaja del libre mercado es que permite millones de decisiones individuales respecto a precios libremente determinados, asignando recursos -trabajo, capital e ingenio humano- de una manera que no puede ser imitada por la planificación central, por más brillantes que sean los planificadores'.

Sí, además de todo, es admirador de Hayek.

Carlos Ball es director de la agencia de prensa AIPE y académico asociado del Cato Institute.

Este artículo se publica, junto a otros de Carlos Sabino, Martín Higueras, Víctor Llano y más autores en la Revista de América de Libertad Digital. Si desea leerlos, pulse AQUÍ

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