Si el partido socialista entra en un proceso reaccionario, como está marcando la dirección, para convertirse en satélite de la extrema derecha vasca, o sea del PNV, como ya ha hecho Madrazo por un plato de lentejas, el Partido Popular del País Vasco no tiene otro remedio que ampliar su base para acoger a los votantes desencantados del PSE y si es posible a los dirigentes que estén dispuestos a ello. En esa hipótesis, cada día más cercana, estaría en juego, por ejemplo, la alcaldía de Bilbao que los constitucionalistas podrían conseguir en el 2003 a tenor de los resultados de las autonómicas. Y estaría en juego Álava, donde el PSE obtuvo unos espléndidos resultados precisamente por la claridad de sus convicciones.
Los totalitarismos cuando han triunfado lo han hecho por las divisiones de los demócratas. Y el proyecto totalitario para el País Vasco no es monopolio de ETA y Batasuna. Su exigua y xenófoba base ideológica, su legitimidad, proviene del PNV y de su fundador Sabino Arana, y ha sido siempre reafirmada por Xavier Arzalluz, cuyas tesis etnicistas no las mejoran ni Le Pen y Haider juntos.
Resulta enternecedor y patético que mientras los dirigentes del PSOE insisten en su intento de diabolizar al PP –un esquema teledirigido desde el polanquismo y el felipismo, como lo fue la marcha vergonzante a dar el cabezazo al rey de Marruecos–, cada vez que los populares muestran su respeto hacia Redondo y dispuestos a continuar con la herencia constitucionalista –tanto el PP como el PSE subieron en votos el 13 M– contesten histéricos como si fuera el PP el que está rompiendo amarras. Eso parece la emanación de intensos complejos de culpa, de quienes ya fueron utilizados en el pasado por el PNV y quieren tropezar en la misma piedra. A día de hoy, Redondo sería mejor secretario general del PSOE que Zapatero, que ha pasado a ser un títere movido por grupos de presión externos a su partido.
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