Cualquier proyecto totalitario implica una pulsión genocida, de exterminio. En un doble sentido, hacia fuera de la tribu, respecto al resto de la especie humana; hacia dentro, en un depuración incesante porque uno de los errores intelectuales de base es el adanista: la búsqueda del hombre nuevo, del puro. Una entelequia.
En el País Vasco se está básicamente en el estadio de intento de genocidio de los constitucionalistas, de forma que su lucha por la libertad impide y retrasa la guerra civil pendiente dentro del nacionalismo; entre Caín y Abel, si rememoramos algunos artículos sonados de dirigentes del PNV.
Por supuesto los dirigentes del PNV son objetivos de la banda terrorista, al margen de su inclusión o no en las listas de los terroristas en este momento concreto. Lo curioso es que Arzalluz lleva engañándose y engañando a sus militantes con la cínica ocurrencia de que los etarras son chicos descarriados de la misma pasta aranista y que, incluso, los del PNV son “tan listos” –o tan amorales– que sacan provecho de la sangre derramada. Hay cientos de declaraciones de Arzalluz en esa dirección. No puede aducir que se hacen juicios malévolos sobre sus intenciones. Él se manifiesta en ese sentido un domingo sí y otro también.
La independencia, o ese eufemismo pseudohegeliano de la construcción nacional, no es la llegada al paraíso terrenal perdido, ni un horizonte de paz, por mucho que se intente utilizar un subliminal síndrome de Estocolmo colectivo, sino el momento de los campos de exterminio, de los ajustes de cuentas, del asesinato colectivo de los “cipallos” de la ertzaintza, de los impuros militantes del PNV.
Cada una de las víctimas ha “evitado” la muerte de miembros del PNV. Son tan ciegos los del EBB que ni tan siquiera se han dado cuenta, ni han tenido la decencia de rendirles el homenaje que ellos –más que nadie– les deben.
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