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El doble campeón olímpico Johan Muehlegg aseguró el otro día que había sido español "en otra vida anterior". Habrá que tenerle fe, pero lo cierto es que –a la espera de que acabemos siendo "ciudadanos del mundo", hayan pasado a mejor vida las fronteras y cantemos, todos juntos, la ópera rock Hair por las calles– en la que nos ha tocado vivir aquí y ahora, Juanito no nació precisamente en Chinchón, sino todo lo contrario. ¿Es malo ser alemán? Nada más lejos de la realidad. Ser alemán es muy bueno. Mucho mejor que ser afgano o iraquí. Ser alemán es un lujazo, pero a mí me gusta mucho más ser español. No creo que sea este un comentario xenófobo por mi parte (por cierto: lean Cabeza de turco de Günter Wallraff. Editorial Anagrama, 1987), ni que ningún lector alemán se moleste por ello. El otro día escribí, en vísperas de la obtención de la primera medalla por parte de Muehlegg, que no me sentía "implicado sentimentalmente". Y ahora lo mantengo.

Me ha parecido corajuda la irrupción en el debate por parte de Fernández Ochoa. Se nota que está de vuelta de todo, porque tras ofrecer su opinión le han llovido sermones a diestro y siniestro. Es curioso. En un país como el nuestro en el que, en líneas generales, el personal pasa –olímpicamente, eso sí– de su propia bandera, ahora tenemos que echarnos a llorar porque Muehlegg la haya exhibido al cruzar la meta. Hay que querer a Johan, porque, ¡como tonto que es!, come jamón, y le gustan el sol y las mujeres. ¡Olé!

¿Alguien se ha parado a pensar lo que ha dicho F. O.? Ha dicho, primero, que se rendía ante la portentosa exhibición de Johan Muehlegg. Para aclarar, después, que sus medallas no son representativas del nivel de nuestros esquiadores. El mayor de los Ochoa viene a decir, y con razón, que fabricar un campeón es muy difícil y costoso, y que para ello tiene que existir una "política deportiva". Comprar un campeón parece más sencillo, pero seríamos tontos si consintiéramos al presidente de la federación de deportes de invierno que se justificara con el exitazo de Johan.

Parece que Muehlegg dejó de ser alemán porque la federación de su país no le daba lo que quería. Y que, hace poco, estuvo a punto de dar la "espantá" hacia Italia por idénticos motivos. Es un hecho que no comparte la Villa Olímpica con el resto de deportistas españoles, y que vive aislado con sus cuatro preparadores. Johan es un deportista irrepetible, único, un portento físico. Un profesional del esquí que hoy grita "¡Viva España!", y mañana puede decir "¡Ciao, ciao!" si nos descuidamos. Muehlegg es, como dice Federico Jiménez Losantos, el escolta perfecto para José María Aznar, ahora que al Presidente le dio por el esquí de fondo. Qué tenga que ver todo eso con el nivel real de nuestros deportes de invierno, lo dejo para una posterior reflexión por parte de todos los lectores de Libertad Digital.


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