La tragedia del 11 de septiembre pareció convencer al mundo libre de que con los terroristas no hay negociación posible: o se les vence, o se aceptan sus condiciones. No hay término medio. George W. Bush convocó a las naciones civilizadas para entablar una guerra sin cuartel contra el terrorismo, independientemente de las espúreas distinciones geográficas que en un primer momento se apresuraron a alegar los nacionalistas vascos.
A pocos gobiernos en el mundo (si exceptuamos el colombiano), le podía convenir más que al español el frágil consenso internacional en la lucha contra el terrorismo, sea del color que sea. Sin embargo, cuando esa guerra implacable ha alcanzado la fase caliente en Palestina, parece que algunas voluntades empiezan a flaquear. No se trata precisamente de la de Bush, quien el jueves culpó —con todo el acierto del mundo— a Arafat de su propia situación y de la ruina del pueblo a quien dice representar. Se trata de la de nuestro propio Gobierno, a quien corresponde este semestre la presidencia de la Unión Europea.
Actitudes como la de Josep Piqué, practicando esa necia e irresponsable exégesis de los motivos de los terroristas propia de los nacionalistas vascos —que tantas víctimas ha causado en España— son sencillamente inaceptables; máxime cuando empiezan a aparecer pruebas de que los terroristas suicidas estaban a sueldo de Arafat.
Tampoco tienen disculpa las declaraciones del Presidente del Gobierno y de la Unión Europea, José María Aznar, quien cree preciso distinguir entre la lucha contra el terrorismo y “lo que está ocurriendo en este momento” en Palestina. No estaría de más que el señor Aznar nos explicase en qué consiste esa distinción y cómo ha de combatirse entonces una red terrorista cobijada y financiada por un gobierno, en este caso el Palestino. Con los talibanes en Afganistán no fueron precisas tales distinciones. ¿Por qué lo son ahora con la Autoridad Nacional Palestina?
Y lo que es más importante: tampoco estaría de más saber cómo cohonesta el Presidente del Gobierno la negativa a pactar con el PNV —por dar apoyo y “comprensión” a los proetarras— con la insistencia en dialogar con Arafat, el “jefe de la orquesta del terrorismo”, como lo ha definido Shlomo Ben-Ami, ex ministro de asuntos exteriores israelí —poco sospechoso de ser un “fiero halcón”—, quien ha propuesto una nueva Conferencia de Madrid sobre Oriente Medio.
Puede que el terrorismo palestino sea un problema distante, pero no es en modo alguno distinto del que padecemos en España. Y tendría ser precisamente el Gobierno español quien más claras tuviera las ideas a este respecto. Sin embargo, parece que se acabará imponiendo la distinción de Anasagasti después del 11 de septiembre entre terrorismo “internacional” y terrorismo “local”; esto es, que cada uno “peche” con lo suyo, como hasta hace bien poco ha tenido que hacer España. ¿Para esto fue Piqué a Washington a prodigar su sonrisa?

Oriente Medio: Distante, pero no distinto

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