“Lo cierto es que, en el fondo, no puedo dejar de sentir cierta pena por él. El hombre hace lo que puede, intentando sacar adelante una ley que prácticamente nadie apoya, con argumentos estereotipados y dando la impresión de que lo hacen por nuestro bien. Los aliados locales ya no le sirven, y el alto mando no envía más tropas. Sabe que, en caso de que el territorio no sea pacificado adecuadamente, él tiene las papeletas para cargar con la responsabilidad y hacer de cabeza de turco. Y con esos galones, la pérdida de una batalla no augura un rápido ascenso precisamente. Tal vez sea de esos jefes a los que el general ha ordenado atacar hasta el último hombre. Y puede que, a estilo Alatriste, cumpla su misión rezongando en lo fácil que es dar las órdenes desde la retaguardia, sin haber visto nunca las trincheras, y sin saber del negocio de la guerra.”
Escribí el párrafo precedente el pasado 1 de Febrero, en un artículo llamado “LSSI y la supervivencia política”. Hablaba de Borja Adsuara, director para la Sociedad de la Información. Aunque tal vez debería decir ex, porque ha sido obligado a abandonar la trinchera. El Supremo ha dictaminado que no tenía derecho a mando en plaza, ha anulado su nombramiento y lo ha enviado a pelar patatas a la cocina.
Resulta que Borja Adsuara no es funcionario. Y según la ley, un Director General ha de ser funcionario, a menos que sea por causa perfectamente justificada. La justificación dada por el Gobierno es de lo más chocante: resulta que el cargo de director general de la Sociedad de la Información es “complicado y muy avanzado para los funcionarios”. Como profesor titular de universidad, y por tanto funcionario, me siento ofendido. No me considero el tío más listo de la Administración pública, pero mi miajita de células grises sí que tengo. Estoy seguro de que hasta yo podría llevar una dirección general sin crearme tantos enemigos. Y conozco compañeros capaces de redactar una ley de comercio electrónico que regule el comercio electrónico en lugar de irritar a todos los sectores implicados (sin contar a Coco, el oso de peluche de mi hijo).
El Supremo ha anulado el nombramiento por motivos que no tienen nada que ver con su actuación al frente de su departamento. Pero resulta curioso que el más fiel capitán del Ministerio de Ciencia y Tecnología haya acabado despellejado. Siempre que había que echarle cara para defender la LSSI, allí estaba él. Siempre al pie del cañón, aguantando las críticas, desviando balones fuera. Reconozco que tenía su mérito. No esperaba decir esto, pero la verdad es que lo voy a echar de menos. El mes que viene iba a compartir mesa con él en un seminario que organizan en Santiago de Compostela. Me preguntaba si nos batiríamos a pistola o a espada. Ahora me he quedado sin el malo de la película.
Aunque yo me pregunto: ¿a quién pondrán ahora para sustituir a Borja Adsuara? Me pica la curiosidad. Lo mismo nos ponen a un funcionario que funcione, alguien que sepa hacer su trabajo bien. Aunque conociéndolos como los conocemos, yo nos hagamos ilusiones. Capaces son de cargarse la Dirección General para la Sociedad de la Información entera. Todo antes de poner en el puesto correcto a la persona correcta. A fin de cuentas, ¿por qué hacerlo bien, si podemos apañarnos con una chapuza?
Tenemos cantidad de gente prensada en un ministerio que realmente nadie sabe para qué sirve ni lo que hace. No hay manera de que den una a derechas: ni hacen una ley de Internet aceptable, ni son capaces de plantarle cara a las operadoras, ni logran una tarifa plana asequible. Ni siquiera logran convencernos de que las antenas de telefonía móvil molan. No parecen hacer más que correr de un lado para otro.
A mí toda esta historia, más que al personaje de Pérez Reverte, me recuerda más al camarote de los hermanos Marx. No me digan que no. Un día la ministra concede un ciclotrón a Cataluña, otro día está en Antena 3 apretando botones. Solamente le falta la bocina y el arpa. Y además, dos huevos duros.

Sopa de ministerio, toma uno
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