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Enrique de Diego

PNV, abogado defensor de Batasuna

El nacionalismo ha funcionado siempre como un movimiento, en el que extremismo y terrorismo han tenido un papel estelar. En momentos determinados el voto ha oscilado hacia Batasuna como forma de visualizar una radicalización que se ha utilizado en la negociación con el Gobierno de Madrid. En otras, el radicalismo, en aras del voto útil, se ha trasvasado en su apoyo hacia el PNV. Siempre el terrorismo ha sido un instrumento de eliminación física y amedrentamiento espiritual de los no nacionalistas.

Al margen del principio de autodefensa de la democracia –tan claro después de las experiencias totalitarias del siglo XX (proyectadas ahora en el integrismo islámico, que es un totalitarismo religioso)– la ilegalización de Batasuna plantea un problema para el movimiento nacionalista en sí. No sabemos cuáles serán sus repercusiones, pero sí tenemos ya indicios más que sobrados de que el PNV está acusando el golpe y poniéndose la venda antes de la herida, amenazando con recurrir a los tribunales europeos. Por de pronto, el PNV está actuando de abogado defensor de Batasuna.

Los argumentos utilizados por Arzalluz son dos:
a) No se puede ilegalizar ningún partido, sea nazi o comunista. El argumento, cuestionable, no se refiere a la realidad, porque en este caso estamos ante una de las partes de un grupo terrorista, con lo que no se entra en el análisis de los fines sino en el de los medios. De todas formas, la democracia es el sistema que elimina la violencia como medio para la alternancia o el debate, por lo que sí están proscritos de raíz los partidos que propugnen ese esquema o los que consideren el acceso al poder como la forma definitiva para eliminar la alternancia. El nacionalismo nunca ha tenido una doctrina democrática finalista sino instrumental.

b) La decisión daña a la convivencia en el País Vasco porque deja fuera del debate a doscientos mil votantes. La primera rareza es la reiteración constante de esta cifra, que no se corresponde a la última consulta electoral, donde fueron ciento cuarenta mil. En cualquier caso, el argumento es una burda manipulación: allí donde hay más Batasuna hay menos convivencia, donde hay más Batasuna hay más asesinatos, más coacciones y más violencia. En las zonas rurales donde Batasuna ha ido consiguiendo imponer su hegemonía a sangre y a fuego, ni tan siquiera pueden presentarse candidaturas constitucionalistas o se asesina al único valiente concejal, como en Orio. Los dos últimos ertzainas asesinados protestaron porque tenían que organizar el tráfico a espaldas de una Herrikako taberna. ¡Sabían que les apuntaban a la nuca!

Gracias a esa dictadura del miedo, en buena medida, el PNV gana las elecciones, porque donde existe Batasuna de manera significativa, PNV-EA cosechan votos, pero PP y PSE (el de Redondo) no pueden presentar candidaturas, hacer campaña, ni conseguir votos. Ahora el PNV va a intentar que los votos de Batasuna se le trasvasen en su totalidad, pero en el camino tendrá que dejarse muchas ficciones de esa terrible dictadura de la que es el beneficiario, en un esquema de abrumador relativismo moral.

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