La moda intelectual por excelencia es atacar los principios de la libertad, que son fundamento de la democracia. Hacerlo, sobre todo, en relación con las relaciones internacionales. Predicar de nuevo el colectivismo, la estatalización, el mercantilismo y la demagogia más barata, para los países del tercer mundo, para que se hundan definitivamente, y para que, en ningún caso, entren en la senda de las soluciones de la libertad y la responsabilidad personales, de la propiedad privada, el riesgo creador y el fortalecimiento de la sociedad civil. Esa es la línea editorial común, y de las páginas de opinión y colaboraciones, de los medios españoles de todo el espectro.
¿Y los liberales? Hacemos poco, la verdad. Algunos se han tomado el liberalismo no como ética, ni como un humanitarismo, sino como un negocio personal, con el que se viaja a conferencias a las que siempre asisten los mismos para recitar la letanía de los desastres crecientes. Una especie de abyecta inversión de los análisis de la public choice, como si el liberalismo egipcio se justificara como modus vivendi consiguiendo que se difunda lo menos posible, y fracase lo más posible.
Ese consenso del relativismo moral en lo internacional, como coartada para cualquier estrategia nacional, incluida la de los principios éticos absolutos, se ha constituido en una especie de proyecto común. Solía decirse que la política exterior norteamericana mantenía pautas de continuidad, gobernaran ora los republicanos, ora los demócratas. Pues lo mismo puede decirse de la española. Gobierne quien gobierne, la diplomacia se mueve en parámetros de relativismo moral, teniendo buen cuidado de no regirse por cualquier principio ético, o de defender la causa de la libertad. España mejora con el liberalismo, pero exporta una especie de socialismo políticamente correcto, en una especie de continuidad monárquica.
En esto el aznarismo es incluso más que un fracaso, un fraude. Hace mucho, por ejemplo, que el anticastrismo fue abandonado. En las cumbres iberoamericanas los más chisposos, los más chocantes, los que centran los focos son los patentes asesinos. Esas cumbres no pasan de francachelas donde no se hace ascos a los mayores liberticidas.
España no es una primera potencia. Se dice que es una potencia media. Un concepto que significa poco. Nuestro ejército es una especie de ong en deterioro, en el que los anuncios para el enganche parecen publicidad de un centro de formación profesional. Pero, al margen de eso, en ninguno de los conflictos, ante ninguno de los cambios, la diplomacia española pasa de un pragmatismo chato, capaz de digerirlo todo. Y cuando se pone farruca, lo hace tapándose la nariz ante el terrorismo.
En donde más quiere triunfar Aznar, en donde más pretende pasar a la historia, es en donde está fracasando más, porque es donde se mueve sin principios sólidos. La actuación en el conflicto árabe-israelí es distorsionante y, en algunos aspectos, kafkiana. Pero quizás el fracaso es más evidente en Ibeoramérica. Desde que Aznar está en el poder la causa de la libertad no ha hecho otra cosa que retroceder en las naciones del habla común. Por supuesto, de ello no es responsable Aznar, ni tan siquiera Piqué. Pero quizás convendría reflexionar sobre el discurso que desde Moncloa y el Palacio de Santa Cruz llega al otro lado del Atlántico. Sobre si nuestras empresas no se han movido demasiado bien en el ambiente de las mordidas. Sobre si las fundaciones del PP no son otra cosa que agencias de viajes de políticos de segundo nivel. Y sobre si en el fondo el aznarismo no ha tenido nunca ni el más mínimo interés en presentarse comprometido con las libertades, como cuando salió en defensa de Fujimori, o cuando se avaló a Chávez, sin hacer la más mínima reserva mental.
En mi opinión, Josep Piqué es un nefasto ministro de Exteriores, que no muestra ni la más mínima convicción. Pero puede equivocarme. Si no me equivoco, el que lo hace de medio a medio es José María Aznar. No sólo manteniéndolo, sino siendo el inspirador de una diplomacia que extiende el aroma poco edificante del relativismo moral.

La diplomacia del relativismo moral
En España
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