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Alberto Míguez

Ni sorpresa ni entusiasmo

Las previsiones esta vez se cumplieron. No hubo sorpresa. Jacques Chirac ganó por segunda la presidencia superando el 80% que todos anunciaron. Le Pen no alcanzó el 20% que algunos vaticinaron. No hubo sorpresa paro tampoco entusiasmo.

Será muy difícil saber con seguridad cuántos votos de izquierda alimentaron los resultados de Chirac. No lo es, en cambio, calcular quiénes votaron a la ultraderecha de Le Pen: los mismos que lo hicieron el pasado 21 de abril... y algo más de un millón más: en aquella ocasión, Le Pen alcanzó los cuatro millones y medio de sufragios, ayer consiguió cerca de seis.

Es un dato escalofriante que descubre varias cosas: en primer lugar, la campaña callejera de manifestaciones y descalificaciones, de insultos y amenazas contra quienes votasen a Le Pen, no ha servido absolutamente para nada. La ultraderecha cuenta con un electorado seguro, resistente y persistente. Calificar el “efecto Le Pen” como una simple anécdota fue una estupidez, una más de las que se dijeron y repitieron en Francia y fuera de Francia estos últimos días.

La extrema derecha se ha instalado en el panorama político francés para largo tiempo. El país ya no está dividido en dos partes como antaño (derecha e izquierda) sino en tres: derecha, izquierda y extrema derecha. Pero una de las partres no tiene representación en el Parlamento ni existencia real ni legal para los uniformes y obedientes medios de comunicación públicos (televisiones y radios). Esa situación no podrá eternizarse: el próximo 9 de junio habrá elecciones legislativas en Francia y entonces se verá con claridad lo que ayer se vislumbraba.

Chirac ha logrado la presidencia, algo que nadie dudaba en los últimos días. Pero es una victoria pírrica: la vida política francesa ha saltado en pedazos y lo primero que el recién re-elegido presidente tendrá que hacer es reconstruir los rangos de la derecha. El panorama de esta derecha pendenciera y rencorosa, con tribus, clanes y barones disputándose a dentelladas un poder al que creen tener derecho legítimo es patético. Exactamente igual que el espectáculo de una izquierda plural que carece de líder, programa y norte.

En las próximas horas, Jacques Chirac deberá nombrar un nuevo primer ministro interino que sustituirá durante un mes al dimitido Lionel Jospin. Sea cual sea el escogido (Raffarin, Sarkozy, Douste-Blazy) le espera un calvario con un presidente alzado hasta el sillón gracias a un voto heterogéneo y no identificado, una derecha pendenciera y rota, una izquierda en construcción previa demolición.

El pesimismo y hasta el malhumor que ayer embargaba a los políticos profesionales franceses debería anunciar una nueva era. Sólo Le Pen, el nuevo ogro en este paisaje después de la batalla se reía a carcajadas. Nunca un derrotado estuvo tan eufórico y nunca un vencedor se mostró tan mohíno. A los dos le sobraba razón.

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