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Eso del populismo como pista

Nunca se resaltará lo suficiente que hace unos meses parecía, a tenor de la desinformación creciente en los medios, que el debate se centraba en la antiglobalización y en la revitalización callejera de la izquierda anticapitalista. Se debatía si en ese mundo latían brotes violentos, pero los viejos estalinistas y sus vástagos andaban bastante en candelero con esa zarandaja de “otro mundo es posible”, ¡como si ya no se hubiera experimentado lo del Gulag! Pero, a tenor de los telediarios, parecía que estábamos en vísperas de una nueva revolución de octubre, pero ahora más en serio.

Las consultas electorales –la última, la de Irlanda– muestran que esto era un espejismo. Más aún, una mentira. Es un poco el síndrome Llamazares, remedo del de Bové, Bonafini y María Antonia Iglesias. Está todo el día entrevistado en las televisiones. No creo que esto sea fruto de ninguna quintacolumna, ni que en las redacciones haya pasiones desbordadas por Izquierda Unida. La cuestión es que Llamazares está en todas las manifestaciones y el redactor de turno le tiene a mano para ponerle la alcachofa. Pero eso no es que Llamazares esté subiendo, ni que reúna masas, sino que los mismos van a todos los sitios. Una especie de turismo de manifestación, el instinto último de tribu cuando se ve amenazada. Darse calor unos a otros. Su mundo ha caído, el paraíso era un infierno, y ni siquiera funcionaban las llamas, así que, por lo menos, conviene mantener la nostalgia: “otro mundo es posible”. Cuanto menos fieles hay en la parroquia, más tendencia a la secta.

Pero ya el maestro Revel diagnosticó en La gran mascarada que ni había dolor por los pecados ni propósito de la enmienda, y que el control del pensamiento se había incrementado. En la medida que ya no hay nada que ofrecer, hay más tiempo para la crítica. No deja de ser enternecedor que María Antonia Iglesias, quien convocaba a las ruedas de prensa del PC en los tiempos de Santísima Trinidad, tenga su momento de gloria en este ocaso de los dioses y parezca que representa algo interesante.

Lo de Pim Fortuyn es muy significativo. Primero, porque ha sido asesinado por un militante de esos del “otro mundo es posible”. Lo que indica que en todo eso hay bastante mal rollo. Hace poco unos “antifascistas” llegaban a un pueblo catalán con bates de beisbol y cuchillos. A lo mejor a los que iban a disolver eran fascistas, pero en su caso no había ninguna duda. Eran escuadristas violentos.

Segundo, porque ha habido un auténtico caos en la diabolización postmortem. Empezó siendo un ultraderechista. En el día del orgullo gay, en las Islas Afortunadas, lo han reivindicado. Un líder ultra y gay es una contradicción en los términos. Hitler mató a Rohm, dicen que con su propia pistola, en la noche de los cuchillos largos, porque era homosexual. Era nazi y homosexual, lo primero, en público, lo segundo, en privado. Además, su segundo es un inmigrante negro de Cabo Verde. O sea, que lo de racista se cae por su propio peso. Así que de ser de extremaderecha pasó a ser “derechista”. Diabolización algo más light, aunque suficiente. Ya se sabe, la derecha es inmunda, aunque los términos geométricos no signifiquen nada. Chirriando, se ha llegado a lo de “populista”. Se supone que es un sinónimo de demagogo. El PP es “popular”, que viene de ahí, de interclasista. Pero se supone que, de alguna forma, todos los partidos democráticos son “populistas”. ¡No van a ser elitistas! Los elitistas no sacan un voto. Ni tan siquiera son demócratas. Y en ese calificar a Pim Fortuyn de “populista” hay ya una pista clara de por qué la izquierda se hunde.

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