El PSOE viene manteniendo una postura de ingenua irresponsabilidad en materias tan claves como inseguridad ciudadana e inmigración. Esa postura es, por otra parte, ampliamente compartida por esa ideología políticamente correcta de los telediarios, en los que hay una intensa preocupación por la inseguridad ciudadana, pero la integración es perfecta y casi idílica. Cuando se producen problemas, los hechos sorprenden al ciudadano, a quien de continuo se le indica que los problemas surgen en exclusiva de la mano de los nacionales, en una curiosa xenofobia invertida. Por ejemplo, no he visto un solo reportaje sobre un hecho tan novedoso y noticiable como la aparición en España de barrios definidos por la religión de sus habitantes. Algo tan medieval como excluyente.
La cuestión es que toda esta demagogia barata está lejos de lo que piensa la mayoría de ciudadanos y, por supuesto, de la experiencia. Indicar que el aumento de la inseguridad ciudadana está relacionada con un proceso caótico, casi un nomadismo, de inmigración, no es, por supuesto, “criminalizar” a los inmigrantes. Según esa lógica, el interés de Zapatero y algunos sindicatos policiales en destacar que el aumento de los delitos está protagonizado por nacionales sería una “criminalización de los españoles”. Lo políticamente correcto es una de las formas más extremas de la estupidez, pero no de las más extendidas, porque el ciudadano común la rechaza. Es la pseudoideología de una especie de elite, o que se pretende como tal.
La experiencia muestra que en algunas zonas, donde más ha aumentado la inseguridad ciudadana, está ahora mismo en entredicho el principio de autoridad. Verbigracia, la propuesta del partido socialista en el Ayuntamiento de Alicante es que se compren chalecos antibalas para los policías locales. El aspecto dogmático tradicional del socialismo parece haber llevado a un instinto de negación de la realidad, que no se da, por ejemplo, en Tony Blair, que para nuestros socialistas sería poco menos que el Le Pen británico.
La idea de “papeles para todos” no sólo es rechazada por los ciudadanos, sino que entraña en sí misma demagogia y populismo barato. Por supuesto, la inmigración, incluso bajo la abierta postura a favor de la libre circulación de las personas, ha de estar relacionada con el contrato de trabajo. Por de pronto, la misma idea de ilegalidad es contraria al Estado de Derecho. El sentido común indica que una inmigración ilegal es un caldo de cultivo para la delincuencia y que un “papeles para todos” es un “efecto llamada” de medidas desproporcionadas que, por supuesto, conduciría a formas de explotación próximas a la esclavitud. Es lo que de hecho está empezando a darse. Pero eso a Zapatero y a la izquierda les da lo mismo, porque a ellos la ética no les importa, para ellos lo importante es la apariencia de ética, aunque sea una falsa moral. En eso son bastante hipócritas.

Papeles para todos
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