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Carlos Ball

El Watergate de Chávez

Por el camino que vamos, el comienzo del siglo XXI será visto como una época bastante irracional; si usted no lo cree, medite un poco sobre la visión que predomina entre los intelectuales –maestros, escritores, periodistas, etc.– respecto a importantes acontecimientos recientes:

- El caos argentino fue causado por las privatizaciones y la ley de convertibilidad, no porque los políticos gastaron y endeudaron al país muy por encima de sus posibilidades, para luego robar los ahorros de la ciudadanía.
- Ted Turner, quien como fundador de CNN es quizá el más importante periodista de los últimos tiempos, mantiene que el terrorismo palestino contra Israel es equivalente al practicado por Israel contra los palestinos.
- Entre los grandes empresarios de Estados Unidos hay muchos bandidos, como lo demuestran los casos de Enron, Andersen, WorldCom y Xerox, por lo que se requiere que los políticos les den una lección regulando el mercado. ¿Acaso el mercado no los castiga?
- Los asesinos que participaron en el ataque terrorista del 11 de septiembre fueron todos jóvenes árabes, con facciones muy definidas, pero no es políticamente correcto revisar más en los aeropuertos a hombres con esas características que a una plácida abuelita de 80 años.
- Hugo Chávez llevó a Venezuela al caos: desempleo, hambre, devaluación, miseria, malversación, criminalidad, burda violación de todo principio ético y jurídico, pero lo importante es “mantener el hilo constitucional”. En eso insiste la OEA, el Departamento de Estado, las ONG y será la conclusión a la que llegará el ex presidente Carter. Por algo Chávez insiste que éste vaya a “aclarar las cosas”.


La campaña de desinformación de Chávez se fundamenta en que lo ocurrido en abril fue un “golpe mediático”. Es decir, la explicación orwelliana es que los medios de comunicación venezolanos son responsables del golpe porque en vez de limitarse a acatar órdenes y transmitir la cadena nacional del presidente, las televisoras dividieron en dos la pantalla, mostrando de un lado la perorata presidencial y del otro a miembros de los Círculos Bolivarianos y amigos del presidente disparando contra la multitud y asesinando a 17 pacíficos manifestantes.

Si los generales no hubieran visto la masacre por televisión, tampoco le hubieran exigido la renuncia a Chávez ni llamado a un líder del sector privado para reemplazarlo. Ese gobierno de transición duró apenas unas horas, no sólo por su evidente incapacidad política, sino por las grandes presiones internacionales que de inmediato se desataron. Sí, de parte de los mismos que siguen lamentando la caída de Allende en Chile. Sólo que ahora las comunicaciones son más rápidas.

Y el primer mundo insiste en aplicar normas diferentes en América Latina. Nadie en su sano juicio culpó al Washington Post de desestabilizar la nación por revelar las acciones fraudulentas de la Casa Blanca en Watergate, lo cual luego explotó con las grabaciones secretas que contradecían lo afirmado por el presidente Nixon. Pero en la OEA, en el Departamento de Estado y en otras instituciones públicas y privadas se toma en serio el cuento de Chávez culpando a los medios. Chávez quiere nacionalizar la prensa para que podamos enterarnos sólo de la verdad oficial.

Nada nuevo bajo el sol. El FMI, la ONU, el Departamento de Estado, gobiernos europeos y los activistas de las ONG tienen siempre una explicación sui generis de los sucesos en América Latina. La realidad se adapta para así poder justificar las políticas que nos quieren imponer, sea referente a la continuidad “democrática” de Chávez, normas laborales que sólo favorecen a sindicatos de países industrializados, violación de la privacidad, controles migratorios, aumento de impuestos, militarización de la guerra contra las drogas no en el Bronx sino en América Latina, normas ambientales que impiden el desarrollo económico y pare de contar.


Carlos Ball es director de la agencia de prensa © AIPE y académico asociado del Cato Institute.

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