En principio, éste es el último Gobierno de Aznar, con el que el PP deberá afrontar las elecciones, aunque sorprende la continuidad de Jaume Matas, lo que podría sugerir cambios en septiembre. Los cambios tienen una evidente clave de retomar la iniciativa política, por un Gobierno que ya estaba calcinado en buena parte. Basta cotejar las notas del CIS con los relevos para ver una clara atención de Aznar a los dictados de la opinión pública. Mas con el horizonte sucesorio como elemento clave del futuro, el que sale más reforzado es Mariano Rajoy, cuyo perfil político se incrementa, como el vicepresidente coordinador. No es una herencia clara, pero sí ocupa una posición significativa, con ascensos dentro de su equipo como el de Ana Pastor.
El eficaz Ángel Acebes asciende a Interior –su segundo, José María Michavila a Justicia– y Eduardo Zaplana da el salto a la política nacional, como deseaba. Tanto él como Alberto Ruiz-Gallardón, candidato a la alcaldía de Madrid, pueden cumplir su palabra de limitar sus mandatos. Zaplana tiene por delante el difícil reto de recomponer el diálogo social. El Gobierno, en ese punto, ha dado en parte la razón a los sindicatos o, por lo menos, muestra interés en cerrar ese frente, cuando se encrespa el pulso institucional secesionista en el País Vasco.
Contra lo anunciado en los mentideros, Rodrigo Rato no sale fortalecido de esta crisis. Aznar le tiene indudable aprecio, pero no se fía de él.

El ascenso de Rajoy
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