El blues, dijo una vez un cantante norteamericano, es cuando tu chica te ha dejado y no tienes un céntimo en el bolsillo. Los empleados de Quiero TV seguro que saben de qué hablo. Abandonados a sus medios y con el desamor que sobreviene tras haber visto un sueño naufragar, podrían grabar discos si quisieran. Aunque no creo que estén para muchas musiquitas.
Quiero TV era una innovadora forma de hacer televisión, que combinaban TV con Internet. Salieron al aire –es un decir– en una época en que la burbuja tecnológica comenzaba a desinflarse pero aún abundaban los proyectos innovadores. La ilusión no se había perdido, y presentar la primera televisión digital parecía algo normal en un país tecnológicamente puntero. Como diría el presidente Aznar, era un proyecto ambicioso.
Por desgracia, el discurso de Aznar sobre la ambición no se le ocurrió a él, sino que –desvelemos el secreto– lo copió de la película Wall Street. Y cuando la ambición no da beneficios, o no interesa que los dé, se arrancan de raíz y a buscar otro filón. Por el motivo que sea, Quiero TV no logró beneficios, y aunque otros negocios ruinosos se mantienen en la esperanza de que acaben cuajando, no fue éste el caso. Las plataformas por satélite no tienen necesidad de tan engorroso competidor, y Auna (empresa de cable propietaria de Quiero en un 49 por ciento) no parece que esté por la labor de mantener al señor Wop y sus alegres compañeros bailando eternamente.
El caso es que un buen día los accionistas decidieron que se acabó. Se cierra el chiringito, se devuelven las licencias al Gobierno y se apaga la luz. Desde primeros de julio, Quiero TV no emite. Y parece que a nadie le importa. Sus compañeros de los medios informativos no han derramado una sola lágrima por ellos. Tienen que ser sus propios empleados –derrotados pero aún ilusionados– los que alcen la poca voz que les queda para defender sus empleos y sus sueños.
Todavía hablan a cualquiera que quiera escucharlos desde su propia página web. Pásese y les explicarán las causas del cierre. Según ellos, a Quiero le pasó como en Fuerteovejuna: la mataron entre todos y ella sola se murió. Carentes de un marco regulador, confiados en promesas incumplidas, rodeados de tiburones interesados en cobrarse las migajas, abandonados por sus propios accionistas, la emisora de futuro se encontró sin presente. Si la mitad de lo que afirman es cierto, es algo que clama al cielo.
Siempre he sido algo torpe en entender las alianzas mediáticas y los bandos que se esconden tras las televisiones de pago. Puede que Quiero TV estuviera abocada al fracaso. O puede que no. Terra jamás ha sido rentable, y sus dueños siguen enjugando las pérdidas en espera de un cambio de fortuna. Quiero no ha tenido esa suerte. Nadie apostó por ella.
Puede que dentro de uno o dos años algún listillo reinvente la televisión digital por Internet. Entonces sí interesará el asunto, y el gobierno de turno volverá a presumir de vanguardia tecnológica. Mientras tanto, cautivo y desarmado, el personal de Quiero TV, bajas colaterales del gran pelotazo digital de finales del siglo veinte, sigue con un aliento de vida. Como piden ellos: "decid a los demás que aún tenemos mucha vida por delante, somos una empresa joven, pero con mucha experiencia y que con un poco de ayuda y entusiasmo podemos rendir al 200 por ciento y ser los que lideremos la revolución de la televisión digital terrestre a nivel mundial". Ese es el espíritu que hace avanzar el mundo digital. ¿Me oye, señor Piqué? Ya, eso suponía yo.
Arturo Quirantes edita la página Taller de Criptografía.

El blues de Quiero TV
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