La Constitución de 1978 no sobreviviría a un proceso independentista, pues es de la legitimidad anterior de la unidad nacional, de la soberanía popular, de la que extrae la suya propia. Tampoco podría hacerlo la monarquía, cuya suerte está ligada constitucionalmente a la permanencia de la indisoluble unidad de la patria común.
La unidad de España no es, por tanto, algo debatible, dentro del terreno de las opiniones de los partidos. Es el consenso básico, el mínimo común denominador, que la monarquía encarna.
Entra dentro de la más estricta lógica constitucional que el rey se posicione contra el acuerdo secesionista del Parlamento vasco y que defienda la unidad de España, a lo que está obligado muy por encima del resto de los ciudadanos, y de los concejales vascos de PP y PSOE.
Hasta ahora, Zarzuela ha seguido una estrategia de silencio. Es llamativo que, en las pocas ocasiones en que se ha roto, han llovido de inmediato las críticas de los nacionalistas. Un síntoma claro de que lo mejor sería, sin duda, hablar.

El silencio del rey
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