Menú

Ana de Palacio llegó a Exteriores en los descartes, desde una carrera de funcionaria del partido en Europa. Corre el riesgo de mostrarse demasiado pronto como el error de la última crisis de Gobierno. Hasta el momento ha dado bandazos, como si la cancillería le cayera demasiado grande. Se ha explicado, en ocasiones, como un libro cerrado y de continuo viene manifestándose en una línea políticamente correcta, que le dará cierto crédito en los media durante un tiempo, pero que no tiene demasiado recorrido en la realpolitik.

Hay cierta candorosa ingenuidad en su discurso, adobada con ribetes de dogmatismo. Su actuación en el estrambótico conflicto de Isla Perejil no ha sido muy decorosa. En un rasgo de dudosa sinceridad, nos ha confesado que sintió “vértigo”. Mala señal. Confesión extemporánea de debilidad. Por de pronto, no es cierto que se haya vuelto al statu quo previo al 11 de julio (¿homenaje subliminal de Mohamed VI a los atentados de las torres gemelas?, es posible). Cuando en política se repiten demasiado las cosas suele ser para engañar al personal. Antes de la esperpéntica invasión marroquí, el islote era de soberanía española y ahora ha pasado a ser tierra de nadie. Puede tener cierta lógica en la prudencia política, pero conviene expresarse con claridad, para que cada uno juzgue.

La ministra insistió por activa y por pasiva que el conflicto no precisaba de ningún mediador, cuando a la postre Exteriores ha terminado felicitando a Colin Powell por actuar como lo que comúnmente se conoce como tal. De esa forma, las relaciones entre España y Marruecos han pasado a estar bajo el paraguas de Estados Unidos, y a su dictado. La ministra no ha conseguido una postura europea sin fisuras, con lo que de nuevo se ha mostrado que Europa tiene, a día de hoy, una elevada dosis de retórica.

Es obvio que la escenificación del pacto en Rabat, cuando la doctrina oficial marroquí para su opinión pública ha sido ocultista y tergiversadora, no es para tirar tracas. A renglón seguido la ministra ha hecho una alabanza desorbitada de los esfuerzos modernizadores de la corrupta monarquía alauita. Y eso con sólo unas horas de estancia en Marruecos. Cuando acaban de verse las imágenes de una patética boda feudal, la alabanza sin recato produce cierta vergüenza ajena. Por su condición de mujer incluso parecería lógico que fuera más sensible y menos exagerada. La exigua imagen de fortaleza se pierde con estas concesiones a la corte de Rabat.

Por el contrario, la ministra ha seguido la línea antisemita que parece ser norma de Exteriores. Lógicamente indignada por la operación de Sharon contra un dirigente de Hamas, en la que ha habido un número elevado de víctimas inocentes, Ana de Palacio sale ahí por un registro en el que pone en duda la misma acción contra el dirigente terrorista, porque “no ha habido un juicio”, como corresponde a una sociedad civilizada. Esto no se lo dice la ministra a Colin Powell respecto a Ben Laden y el jeque Omar. Al fin y al cabo, nuestro Ministerio, con nuestros impuestos, paga la estancia en España de tres terroristas de Hamas y no ha abierto ninguna investigación sobre si los cuantiosos fondos destinados a la Autoridad Nacional Palestina han sido desviados para financiar el terrorismo. Claro que seguramente el ejemplo a seguir sea el de Mohamed VI cuyas pautas modernizadoras debería explicarnos con más detenimiento nuestra ministra pc (políticamente correcta). A este paso habrá que pedir la vuelta de Piqué.

En España

    0
    comentarios