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Si les cuento cómo han aprovechado el gobierno norteamericano para extender sus poderes tras el 11S, probablemente mi director no me lo agradecería, porque podríamos extendernos más que el Quijote. Ya les comenté algunas pinceladas en otras columnas, y volveré a hacerlo en el futuro. Pero ahora quiero denunciar el oportunismo de sus primos ingleses. Ellos, con la amenaza del tito Osama entre bastidores pero sin concretarse todavía, han aprovechado un suceso repugnante para volver a barrer para casa. Me refiero al secuestro y asesinato de Holly y Jessica.

Ahora su historia acumula polvo en las hemerotecas, pero durante semanas estuvimos pendientes de ellas. Desaparecidas con sus camisetas del Manchester United, conmocionaron a la opinión pública británica hasta cotas pocas veces alcanzadas. Ahora descansan en paz. Pero mientras las buscaban, sectores interesados en los círculos de la ley y el orden aprovecharon la oportunidad para volver a poner sobre el tapete el proyecto de creación de un FBI a la inglesa. Argumentaban que con una agencia de investigación criminal a nivel nacional podrían haber encontrado más fácilmente a Holly y Jessica. Por supuesto, cuando se descubrió que los secuestradores vivían en la misma ciudad y trabajaban en el colegio de las niñas, sus argumentos cayeron por su propio peso. Pero no se preocupen, ya se les ocurrirá otra cosa.

En tanto que los británicos deciden si compran la moto de un FBI a medida, con sus defectos y sus ventajas, han descubierto otro juego: el del Gran Papá. Decididos a que a sus hijas no les pase lo mismo, unos padres ingleses han decidido que su hija se implante un marcador electrónico. Sea mediante móvil, ordenador o GPS, los papis podrán saber dónde se encuentra su hija en todo momento. La nena se presta voluntariamente –o eso dice- al experimento. Claro que aún tiene once años. Dentro de unos cuantos, cuando se dedique a salir con chicos, a lo mejor no le parece tan buena idea que sus viejos se enteren de en qué casa ha estado hasta tan tarde, o de por qué estuvo moviendo el esqueleto en la disco.

Qué mas da, los padres están infectados del virus de la paranoia, y cualquier solución les parecerá bien. Hábleles de la privacidad, de los derechos a la libertad y a la intimidad, menciónenles la idea del estado policial, y verán lo que tardan en mandarles a paseo. Para ellos, y para miles de padres como ellos, lo único que cuenta ahora es la seguridad, hay que poner las carretas en círculo y vigilar hasta al gato. Puede, no obstante, que alguno se siente a pensar en las consecuencias. De mi propia cosecha, les doy dos posibles escenarios:

Escenario A. El etiquetado de los niños no hace sino agravar los problemas. Los delincuentes aprenden a detectar los transmisores implantados y los neutralizan de la forma más expeditiva: mutilando a la víctima. Un golpe de cuchillo, y listo. Y mientras tanto, agraceden a los inventores del chip la ocurrencia que tuvieron. Gracias al invento, un secuestrador con talento puede rastrear él mismo la señal de la víctima (¿acaso creen que el sistema no tendrá ni un solo fallo aprovechable por un enemigo?), seguir sus movimientos desde el ordenador, obtener sus patrones de conducta y sus pautas de movimiento habituales. He aquí al nuevo secuestrador.

Escenario B. La idea de seguir los movimientos de los niños se extiende a otras capas de la población. Las autoridades usarán chips de seguimiento para rastrear a los delincuentes en libertad provisional. Los abuelos serán etiquetados para evitar que a alguno le dé un Parkinson feroz y se pierda por esos montes. Los altos funcionarios, hombres de negocios, estrellas del rock y demás víctimas potenciales de secuestros llevarán su propio marcador.

Y luego, ¿qué tal un chip para esposas susceptibles? Un mensaje al móvil, y en un momento sabrá si su marido realmente está en una convención de negocios o en el apartamento de la pelandusca esa que trabaja en el despacho contiguo. Por supuesto, los inmigrantes irán todos bien chipeados, no vayan a delinquir o a quedarse en nuestras tierras cuando se les acabe el permiso de trabajo. Y cualquiera con aspecto raro: en caso de duda, se aplica la legislación antiterrorista, y nos quedamos tan tranquilos

¿Y quién quedará luego? Pues los cuatro chiflados como usted y como yo, que pensamos que somos ciudadanos libres, no ganado para marcar. Bichos raros a los que hay que mantener vigilados, no vaya a ocurrírseles pensar por su cuenta.

Ahí tienen dos futuros no muy felices. Échele imaginación, e invéntese el suyo propio. De momento, soñar no cuesta nada ... y no precisa de permiso previo.

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