El debate de Presupuestos ha abundado en la teatralidad. La vuelta al ruedo de Jordi Sevilla para pasar los trastos a José Luis Rodríguez Zapatero ha hecho que, prácticamente, pasara desapercibido el otro gesto significativo: Aznar se ausentó durante la segunda jornada, pero su escaño no quedó vacío, como es normal, sino que fue ocupado por el vicepresidente primero, Mariano Rajoy.
No tiene más importancia de la que tiene, como dicen los políticos, pero es una pista de uno de los hechos más claros: la última remodelación del gobierno, donde es manifiesta la intervención de conjuras palaciegas, fue hecha a imagen y semejanza de Rajoy, para lanzar al gallego como el tercer hombre entre las ofertas sucesorias de Mayor Oreja, la más sostenida por la opinión pública, y la de Rodrigo Rato, descendente pero alentada por los medios financieros.
Casi todo el gobierno es de la confianza de Rajoy, cuyo pacto con el jefe de gabinete de Aznar, Carlos Aragonés, no admite muchas discusiones, pues es manifiesto en la presencia de Alfredo Timermans, de la absoluta confianza de Aragonés, como número dos de Rajoy. Y también en la sustancial mejora de las relaciones de éste con Eduardo Zaplana.
La “operación Rajoy” tiene la ventaja para la “guardia pretoriana” de Aznar y para los lobbys territoriales del partido –valenciano y, el deteriorado, castellanoleonés, sobre todo– de ofrecer un liderazgo difuso o débil, que permitiría pactos ventajosos y el mantenimiento sin discusión de los status personales. Algo que en política es mucho más fundamental de lo que se vende, bajo el celofán de las ideas, a los ciudadanos. En el caso de Mayor Oreja y Rato se trata de liderazgos fuertes.
El Ministerio de Mariano Rajoy está previsto para el lucimiento, sin riesgo de coste, pues no tiene responsabilidad directa. Le da además la capacidad de relacionarse con las empresas periodísticas en un momento en el que el PP está intentando definir el mapa mediático del postaznarismo. El problema, sin embargo, es que Rajoy no viene mostrando capacidad para enfrentarse a Zapatero con un mínimo de posibilidades de triunfo electoral. Su valoración, siendo buena, no despega, se mantiene en un aurea mediocritas. Y los electores perciben esa ausencia de liderazgo, que le beneficia dentro del PP. La carencia de liderazgo es tan notoria que en los sondeos se sitúa muy lejos de Mayor Oreja, pero también por debajo de Rato e incluso de Gallardón, y no demasiado lejos de Arenas.
En una de las claves fundamentales, la remodelación última aparece en trance de fracaso. El Gobierno de la sucesión no ha dado el impulso prometido, ni Rajoy está aprovechando la lanzadera para situarse en una posición incontestada.

La Operación Rajoy, a medio gas
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