El vicepresidente primero del Gobierno es el candidato preferido a la sucesión del entorno monclovita, el tercer hombre, un liderazgo menos fuerte que los de Rato y Mayor Oreja. El candidato ideal para la tecnoestructura popular, que podría pactar con él espacios de poder. Rajoy es manifiestamente quien manda hoy en RTVE. También quien reparte bolos entre los periodistas, por lo que sus llegadas al Congreso de los Diputados son acompañadas de auténticas oleadas de entregada adulación. Recientemente ha explicado Ignacio Villa cómo funciona la cosa, pero sorprende ser testigo presencial. Es llamativo, e incluso lógico, que se trate de las mismas personas que empezaron con el esquema en tiempos socialistas, en los que se inició el intervencionismo mediático, que no ha cesado. Hay que constatar que, no ya la crítica, sino el mismo pensamiento ha sido sustituido por el compadreo y el sumiso servilismo.
Alguien le ha dicho a Mariano Rajoy que tiene un sentido del humor envidiable, y que su apariencia de falta de liderazgo puede ser suplida a base de chascarrillos. Él se lo ha creído. De ello dio buena muestra en la sesión de control del miércoles, en la que había preguntas sobre materias tan espinosas como el asesor Pedro Arriola y la línea política de RTVE. Ha habido algunas interpretaciones periodísticas muy elogiosas de las intervenciones de Rajoy. A mí, éstas me parecieron, en conjunto, bochornosas. El humor en dosis adecuadas es, sin duda, muestra de inteligencia. Cuando se supera la mesura, y se convierte en norma en el ámbito parlamentario deviene en histrionismo. Controlar al Gobierno implica que éste se deje controlar, que entre en las cuestiones de fondo: aportar información, datos y rebatir los argumentos del contrario. Referirse a los capones de Villalba o no contestar o tratar de ridiculizar al contrario, genera, sin duda, aplausos en las bancadas propias, pero no llega muy lejos. La reiteración resulta pesada. Sí hubo un momento brillante cuando dijo que a él le convenía que salieran los socialistas en televisión, insinuando que por sí mismos se desprestigian. Pero la broma permanente se convierte en una forma de ocultismo, en el lanzamiento constante de cortinas de humo. El gracioso se convierte en pesado.
En cuanto a Arriola, el Gobierno ha establecido un criterio discutible respecto a que es asesor del presidente del partido y no del presidente del Gobierno. Con esa diferenciación se responde a la acusación de la mezcla de lo público con lo privado. Puede tener alguna racionalidad, en el sentido de que Arriola cobre del partido y no asesore en cuestiones de Gobierno. Pero es un exceso pretender establecer la imagen de compartimentos estancos. El presidente del partido y el presidente del Gobierno son la misma persona, y es difícil diferenciar entre las cuestiones de partido y las de Gobierno. La cuestión es que en la privatización de Telefónica descabalgaron diversos amigos de Aznar, avergonzándonos a todos y, seguramente, a su amigo. Y es obvio que Arriola cobró, y cobra, sus elevados emolumentos porque es amigo de Aznar.
En cuanto a RTVE, lo llamativo es que en cada una de sus respuestas Mariano Rajoy demostró que mandaba. Ninguna referencia a ese ente de ficción, a esa oficina de colocación que es el Consejo de Administración. Los socialistas utilizaron en su propio beneficio a Televisión Española. Pero en la filosofía del Partido Popular había un aire privatizador que desapareció al día siguiente de ganar las elecciones. El PSOE denuncia una manipulación que existe y el vicepresidente primero, que es directo beneficiario, y quiere que siga, echa balones fuera a base de chistes, la mayoría fáciles, y alguno brillante. En esos términos, el humor se convierte en negro. Y la democracia padece.

Mariano Rajoy, en clave humorista
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