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Diana Molineaux

Desempolvando las viejas glorias

Los norteamericanos acuden este martes a votar en unas elecciones tan pobres de contenido como ricas en consecuencias y que baten, una vez más, todos los records de dinero gastado en las campañas. Quizá desde hace medio siglo no se jugaban los partidos tanto en unas elecciones legislativas como las de ahora, en que nadie puede aún predecir si los republicanos recuperarán el Senado y tendrán así un gobierno monocolor, con las dos cámaras y la presidencia bajo su control, o si los demócratas recuperarán la Cámara de Representantes y paralizarán el programa y el Gobierno de George W. Bush, lo que hará muy difícil su reelección como presidente en el 2004.

Si Bush tiene el apoyo de las dos cámaras, tal vez pueda llevar a la práctica su programa electoral que muchos consideran revolucionario. En primer lugar porque eliminaría la doble imposición de dividendos y reformaría la seguridad social. Además, conseguiría cubrir las vacantes judiciales con jueces que defenderán posiciones conservadoras hasta el día en que decidan retirarse, tanto si los gobiernos son republicanos como demócratas.

Aunque se elige la totalidad de la Cámara de Representantes, con 435 escaños, y un tercio del Senado, en liza están menos del 10 por ciento de esos escaños, pues está bien claro quién ganará o perderá, menos para aproximadamente unos 40 representantes y senadores que se enfrentan a un electorado indeciso. Esto motiva a los partidos a gastar ingentes sumas de dinero y de energías en ganar esos pocos escaños. Esto ha llevado a primer plano lugares oscuros y sin proyección nacional, como por ejemplo el estado de West Virginia, que tiene la campaña más cara del país, después de Carolina del Norte. En West Virginia, los demócratas quieren dejar de lado a la republicana Capito, que ha de ser para ellos una espina, pues es representante de un estado controlado por los demócratas y cuyos habitantes, que tienen el triste honor de estar entre los más pobres del país, ven cómo los partidos gastan para ganar su voto sumas prodigiosas de dinero. En Carolina del Norte, la republicana Elisabeth Dole y el ex jefe del gabinete de Bill Clinton, Erskin Bowles, tratan de ganar el escaño del popular republicano Jesse Helms, que se retira por razones de edad.

Pero lo que más llama la atención es el retorno de las viejas glorias del partido demócrata, que ve en ellas la tabla de salvación para mantener los escaños de Minnesota y de Nueva Jersey. En Minnesota han recurrido a Walter Mondale, de 74 años, vicepresidente con Jimmy Carter y candidato presidencial en 1984 frente a Ronald Reagan, ante el que perdió estrepitosamente, pues tan solo ganó en su estado nativo de Minnesota y en la ciudad de Washington, donde apenas hay republicanos. En Nueva Jersey, el candidato tiene aún más años, el ex senador del estado Frank Lautenberg, que se presenta en contra de las normas electorales, suspendidas por unos magistrados conocidos por su orientación demócrata.

Los republicanos recurren a su figura más popular, el presidente Bush, que en unos días visita hasta tres estados y que, en lugares como Florida, suscita la fidelidad numantina de los demócratas ante el derrotado del 2000, Al Gore, quien incluso ha ido personalmente a recordar que estuvo a punto de convertirse en presidente. Es un recuerdo que sirve también de premonición: la experiencia de hace dos años hace pensar que habrá muchos resultados disputados, con sus interminables recuentos y apelaciones ante los tribunales. Tal vez lleguemos al mes de diciembre y nadie sepa todavía cuál de los dos partidos ha ganado.

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