John Rawls, profesor de Harvard cuyo libro, La teoría de la Justicia (Fondo de Cultura Económica) hizo de él uno de los teóricos políticos más importantes del siglo XX, murió el pasado domingo en su casa de Lexington a los 81 años.
En su conocida obra, Rawls partía de una premisa: los hombres eligen las normas sociales “bajo un velo de ignorancia”. Bajo dicho velo, los ciudadanos desconocen tanto los puestos que ocuparán en la sociedad como las capacidades de que gozarán. Con ese presupuesto eligen los principios de justicia adecuados para el bien común (o lo que él entiende como tal) sin estar tentados de escoger aquellos que más les benefician.
Tal y como señaló, los ciudadanos deciden justamente los principios por los que "las instituciones sociales (...) distribuyen los derechos y deberes básicos y determinan la división de las ventajas derivadas de la cooperación social". De este modo, Rawls rescata la teoría contractualista de Rousseau y Hobbes para establecer las bases del Estado de Bienestar.
Como todas las teorías contractualistas, la de Rawls adolece de dos errores de principio. Primero, que una generación acuerde establecer unas normas e instituciones no tiene por qué implicar que la siguiente debe aceptarlo también. Esto se puede apreciar claramente con los referendos de autodeterminación. Y segundo, si los contratos requieren alguien que los haga cumplir, ¿cómo puede haber un contrato social que cree un órgano ejecutor del contrato sin estar asegurada su ejecución por un meta-ejecutor creado por un meta-contrato social. (Sobre este punto, puede consultarse el libro de Anthony de Jasay, Against Politics)
Por otra parte, su modelo de “velo de ignorancia” presupone que los ciudadanos no actuarán utilitariamente y que todo el mundo elegirá de la misma forma, lo cual puede no ser cierto (por ejemplo, no elegirá de la misma forma un aventurero que un hombre prudente).
Sin embargo, quizá Rawls desconoció las implicaciones que, para los derechos individuales, tiene su Teoría de la justicia. Pese a que dijera que “cada individuo pose una inviolabilidad basada en la justicia que incluso el bienestar de la sociedad como un todo no puede anular” y que “por tanto en una sociedad justa los derechos que garantiza la Justicia no deben depender del juego político o de un cálculo de los intereses sociales”, con su principio de diferencia introduce la redistribución y, por ello somete la consecución de los logros individuales a que el resto se beneficie con ello.
El principio de diferencia supone para Rawls que las desigualdades económicas y sociales han de estar estructuradas de manera tal que aseguren: a) mayor beneficio de los menos aventajados, y b) que cargos y posiciones estén abiertos a todos en condiciones de justa igualdad de oportunidades. Y añade “Los favorecidos por la naturaleza no podrán obtener ganancia por el mero hecho de estar más dotados, sino solamente para cubrir los costos de su entrenamiento y educación y para usar sus dones de manera que también ayuden a los menos afortunados”.
En consecuencia, parece que Rawls cree que hay que restringir el desarrollo individual a favor de los menos favorecidos. De esta forma, se vulnera la libertad de unos en beneficio de otros. Lo que no ve es que en un ambiente menos propicio para la libertad la capacidad creativa del individuo se ve coartada, ya que con tantas limitaciones a las posibilidades de actuar y con el incentivo a hacerse pasar por menesteroso, incapaz o parado, a nadie le apetecerá trabajar más para la sociedad. El trabajo se sustituirá por el pillaje y la creación de empresas por la fundación de grupos de presión dispuestos a presentar sus intereses como los de la gran mayoría, cuando no es así.
Mucho más se puede decir de este autor que, pese a todo lo expuesto, fue, en palabras de quienes le conocieron, poco pretencioso y una gran persona. También se preocupó por ir matizando sus posiciones en libros como Liberalismo Político, quizá una de sus mejores obras. Sin duda es necesario leerle ya que es uno de los escasos pensadores de la izquierda que ha ofrecido un corpus teórico aparentemente sólido, aunque como hemos visto, con algunos errores decisivos; pero algún acierto como su crítica al utilitarismo. Para quienes quieran adentrarse en sus teorías, pueden encontrar una amplia bibliografía en mi ensayo Rawls en tela de Juicio y leer la mejor crítica que se le ha hecho a este autor, q.e.p.d, de la mano del también profesor de Harvard, R. Nozick también fallecido este año) en Anarquía, Estado y Utopía (FCE 1991).
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