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Víctor Llano

El “plantado” Huber Matos

El que fue comandante de la 9ª Columna del Ejército Rebelde y estrecho colaborador de Fidel Castro en Sierra Maestra, viajó a Madrid para presentar sus memorias premiadas con el “XIV Premio Comillas”. En Cómo llegó la noche (Ed. Tusquets), los muchos recuerdos de Huber Matos se leen como si formaran parte de una novela romántica del siglo XIX. El protagonista del libro, no sólo se enfrentó a Batista, también se negó a colaborar con la tiranía castrista después de que su verdugo se hiciera pasar por comunista para intentar permanecer hasta su muerte en el poder. A juicio del que un día fue su compañero, “Fidel ni era comunista en Sierra Maestra, ni lo es ahora. Es, sí, un artista de la simulación. Sin valores, ni principios. Un individuo perverso que se complace en ejercer la maldad y el terror”.

Hoy, después de 20 años de prisión y 24 de exilio, Matos ha podido comprobar cómo la revolución en la que creyó se ha convertido en una barbarie mucho más nefasta para los cubanos que la dictadura batistiana que combatió. Muy lejos queda ya el mes de enero de 1959, cuando junto a Camilo Cienfuegos y el verdugo de ambos, se paseó triunfante por un país que se rendía ante su valor, su éxito y su leyenda. Castro ha querido borrarlo de todas las fotos, pero no lo ha logrado; Matos continúa siendo un referente ético para millones de cubanos que ven en él a un compatriota idealista, valiente y honesto.

A sus 84 años, el que fue maestro, cosechador de arroz y guerrillero, está convencido de que regresará a su país para recorrer la isla de “punta a punta” y hablar a los cubanos de libertad y democracia. Si logró sobrevivir a 20 años de torturas y palizas constantes, ¿por qué no va a poder confiar en que morirá en su patria? Matos, líder de Cuba Independiente y Democrática, piensa que el verdugo que le golpeó insistentemente hasta casi matarlo, “pretende llevar a su país a un Apocalipsis que oculte su fracaso”. Está convencido de que Castro quiere provocar una invasión estadounidense antes de esconderse en algún agujero del ancho mundo. Lo conoce bien, sabe que su verdugo es “corto de pantalones, audaz pero cobarde, un pendejo que no participó en un sólo combate. Un tipo que únicamente disparaba al blanco y mataba papelitos”.

Huber Matos sostiene que sus juicios sobre Castro no los realiza desde el rencor, que no le odia a pesar de que pretendió destruirlo, “buscaban que claudicara para luego decirme que no era hombre, que ya me había convertido en una mierda”. El ex guerrillero recuerda como le pegaban sin motivo, “sin saber por qué, sin incumplir ninguna norma”. Querían despedazarlo, “achicarlo” para que consintiera en llegar a acuerdos con sus carceleros y presentarlo ante sus compañeros como un conspirador que se había “rajado”. Pero Matos se “plantó”; ni vistió el uniforme de los presos, ni colaboró con sus verdugos. No consiguieron que cayera en nada que él considerara una humillación. Puede hoy llamarle “pendejo” a Castro. Le sobran los motivos. Sabe que no es más que un cobarde chantajista.

El protagonista de Cómo llegó la noche, confía en que más pronto que tarde en Cuba se produzca un levantamiento popular y en que una parte significativa del ejército se posicione al lado del pueblo. Pero aunque no ocurra lo que todo el exilio espera y Castro muera en la cama, Matos asegura que su hermano pequeño no tiene futuro y que son muchos sus enemigos dentro de las Fuerzas Armadas y la Seguridad del Estado. Para él, Raúl es un tipo “acomplejado y cruel que carece de la más mínima capacidad de liderazgo”. Todo lo contrario de lo que ocurría con el General Ochoa, que según Matos tiene aún muchos seguidores en la isla que esperan la más pequeña oportunidad para sublevarse en contra de Fidel Castro.

Quiera Dios que el viejo maestro de Manzanillo esté bien informado de lo que pasa en la Prisión-grande y pronto pueda regresar a su país. Ya no es el mismo que subió a la sierra para derrocar a Batista, pero aún conserva su idealismo y gran parte del romanticismo que siempre ha demostrado. Lástima que se equivocara a la hora de elegir a sus compañeros de viaje.

Huber Matos ya no puede empuñar un arma con garantías de éxito, pero le sobran las palabras y los recuerdos. Cuando hablamos con él en un hotel de Madrid en el que se visten muchos de los toreros que tarde tras tarde fracasan en la Feria de San Isidro, le preguntamos si le gustaban los toros; su respuesta nos aclaró muchas cosas, después de tanta violencia y tanta brutalidad, no puede evitar sentir un profundo rechazo por cualquier tipo de arma y de espectáculo cruento. Sin embargo, a sus 84 años, al “plantado” Huber Matos le quedan muchas verdades que contar y muchos sueños que emprender. En sus memorias nos habla de traiciones, dolor y muerte, pero también de amor y de esperanza.


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