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El pintor y decorador teatral Eduardo Arroyo confiesa en "Negro sobre Blanco" que el suyo es un combate perdido de antemano contra el cuadro, reconociendo que se mueve "groggy" entre pintura y pintura, balbuceando con la mirada perdida como lo hace el púgil tocado en su rincón. Fernando Sánchez Dragó le arranca la anécdota relatada por uno de los hijos de Renoir en la que éste contaba cómo a su padre, ya anciano, tuvieron que atarle con cuerdas los pinceles a las muñecas para que pudiera seguir trabajando. "¿Le gustaría que ese fuera su final?", le pregunta Dragó. "Claro que sí", responde Arroyo, "ese es el final ideal para cualquier pintor. Si estoy ahí, trabajando, existe la posibilidad de que, por fin, sea capaz de acabar un cuadro".

El título del programa televisivo no deja lugar a la duda: "Eduardo Arroyo, contra la lona". Y es que el artista madrileño, presidente a la sazón de "los cien hijos de Joe Louis" y propietario de una biblioteca boxística de más de cinco mil volúmenes, interpreta el boxeo como una historia de hombres derrotados y físicamente doloridos, algunos de los cuales terminaron suicidándose para acabar con el sufrimiento. Floyd Patterson lo definió certeramente cuando dijo que "es en la derrota cuando un hombre se revela a sí mismo. En la derrota ya no sé afrontar a la gente". Tras su combate ante Sonny Liston, Patterson se disfrazó con un bigote postizo y aterrizó, avergonzado, en el aeropuerto de Madrid-Barajas.

Entenderán que me abalance sobre la librería más cercana para comprar "El trío calaveras" (Editorial Taurus, 2003), volumen que lleva como subtítulo "Goya. Benjamin. Byron boxeador". ¿Lord Byron boxeador?... Así es. Pero el relato, que tiene como principal inquilino al poeta inglés, le sirve igualmente a Arroyo para edificar la comunidad de vecinos más increíble de la historia: John Jackson, campeón de Inglaterra y entrenador personal de Byron; Tom Winter Spring, Tom Sayers y Tom Hickman; Alfonso "Al" Brown o Kid Gavilán. La más curiosa quizá sea la del irlandés Bold Daniel Donnelly, enterrado en el cementerio de Hucknall, a pocos metros de Lord Byron. Donnelly era propietario de un potentísimo brazo derecho que posteriormente sería robado por los violadores de tumbas y que, grisáceo, se encuentra expuesto en el pub de Kilcullen, cerca de Curragh. El libro es, en definitiva, una historia del pugilismo. Empezando por la del propio Byron cuyo retrato de la National Portrait Gallery de Londres demuestra bien a las claras que el poeta fue, además de genio literario, también boxeador.

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