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Andrés Freire

Un aborto prohibido en Florida

Un poco para mortificarme, tal que pecador que se impone a sí mismo una penitencia, a las 10 de la noche del pasado jueves enchufé en mi transistor a Carlos Llamas de la SER. El locutor inició su programa contándonos con toda solemnidad una historia: Un juez había prohibido abortar a una joven mentalmente discapacitada, embarazada a resultas de una violación. El lugar de los hechos era Florida. Por medio de pausas y silencios, a través de su voz modulada y sus cambios de tono, Carlos Llamas lanzaba además un mensaje implícito: ¡qué bárbaros y crueles los americanos¡ ¡qué fundamentalistas cristianos que son¡ ¡pobre muchacha, pobre niño nacido así al mundo¡

Es bastante común, al discutir el aborto, que sus partidarios nos planteen casos parecidos al que menciona Llamas: el embarazo en la familia rota, desestructurada en su jerga; el de la joven adolescente, el de la mujer enferma, el de la pobre de solemnidad. En su opinión estas dramáticas situaciones sociales convierten a la opción del aborto en la moralmente preferible. Quien lo escucha no puede menos que preguntarse: ¿Acaso el nacer en una familia menesterosa o inexistente convierte una vida en algo menos digna de ser vivida, en una carga de la que es mejor prescindir incluso antes de que empiece? Da la impresión de que detrás de esa bonhomía pobre, detrás de esas sus preocupaciones por el entorno en que van a crecer los niños, se oculta, apenas disfrazada, la voluntad de eugenesia: el deseo de seleccionar socialmente, cual terapeutas, los nacimientos, como si sólo los aptos o los protegidos tuvieran derecho a la vida.

Considérese la ya vieja polémica del Vaticano con el control de la natalidad propugnado en África por la ONU. Entiendo la lógica de Realpolitik detrás de estos programas de la ONU: la supuesta superpoblación y la amenaza demográfica sobre Occidente desde la periferia. No en vano uno de sus grandes impulsores ha sido Henry Kissinger. Pero de ahí a admitir como modelo ético el comportamiento de los estamentos políticos occidentales, que condicionan sus ayudas a una reducción de la natalidad en esos países, media un abismo. ¿Quiénes somos nosotros para decirle a una madre africana cuántos hijos está en condiciones de tener? Y encima, quienes impulsan estas políticas pasan por ser los buenos de la película frente a una Iglesia retrógrada y reaccionaria.

Recuerdo haber leído hace años un artículo en que Miguel Delibes se sorprendía de que la izquierda, que se precia de defender a los más débiles, fuera la impulsora del aborto, que ataca precisamente a los completamente desvalidos. Mi conclusión, que no ha variado desde entonces, fue que la izquierda, cierta izquierda progre al menos, no es defensora de los más débiles, sino de los más cómodos. Y el aborto es cómodo, nadie le otorga otro mérito. No duele, no se nota, nadie te fuerza a ver el feto ni a escuchar su grito cuando es succionado. Unas horas en el hospital, una anestesia, un problema solucionado. Después el olvido. No extraña su éxito en una sociedad como la nuestra.

En fin, para mortificación de Carlos Llamas y la industria abortista, el embarazo de la joven violada en Florida proseguirá. Los médicos aseguran que el bebé no tiene ningún problema físico. Será dado en adopción. ¡Mira que son malvados los antiabortistas americanos: obligar a vivir a un niño así¡

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