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La denuncia de Rato contra Simancas, achacando a la pelea por la concesión de decenas de miles de VPO la rebelión de uno de los clanes político-inmobiliarios de la FSM tiene un doble valor: apunta a una trama interna del PSOE como responsable del esperpento de Madrid y pone en evidencia a Gallardón, que como prueba de sumisión a Polanco ha destituido a un tipo de su confianza en una de sus empresas públicas fantasma.

Aparentemente, Gallardón echa a Bastarreche por haber pedido a uno de los constructores implicados en el lío por la SER que le alquilara una habitación a esa señora, también de confianza de Gallardón, que se ha casado con ese abogado que también el PRISOE implica en la supuesta trama del PP. Sin ninguna prueba, dicen los jueces. ¿Cabe mayor confusión? Sí, faltaría más. Gallardón, en funciones de Presidente con una fruición que espanta, ha declarado que no hay nada delictivo en el comportamiento de su hombre de toda confianza, sólo que no fue sincero con él y no le dijo que lo había hecho. ¿Y por eso monta el número de expulsarlo de su impoluto seno? ¿O es, como siempre, para demostrar que él es distinto de los demás líderes derechistas, y para que la SER proclame que no es tan repugnante como ellos?

Si la denuncia de Rato no es sólo una bofetada al desvergonzado Gallardón, prototránsfuga de la carcundia acomplejada, cabe pedir al vicepresidente económico que concrete y que explique más y mejor lo de la tómbola de VPO montada por Simancas que, al no tocarles a los balbases lo que les tocaba a los mamblonas, parece que provocó este terremoto de estiércol. Pero cabe temer que ni Rato ni Gallardón estén por aclarar de verdad lo que dicen ni lo que hacen. Si no fuera por Esperanza Aguirre, votar al PP en Madrid se iba a convertir en algo casi tan difícil como votar al PSOE.

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