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Esperanza Aguirre ha sorprendido a todo el mundo haciendo, sin embargo, simplemente lo que debía. Es tal el desprestigio de la clase política y es tan atroz el desconcierto en que han sumido al electorado esos eunucos ideológicos llamados asesores de imagen que hacen de los políticos lo más parecido a monigotes parlantes que, cuando llega un político de verdad, hace un discurso de verdad, se ajusta a un programa electoral de verdad y ofrece propuestas de verdad, contantes y sonantes, todo el mundo se queda con la boca abierta. Es la segunda vez en pocos meses que Esperanza Aguirre deja en ese estado a la clase política de su propio partido. La primera, cuando se negó a trapichear con el voto de los tamayos una posible investidura, pidiendo de inmediato la repetición de las elecciones. La segunda, al presentar en su discurso de investidura un programa político acorde con las líneas generales de su partido político, que en este caso sí es el PP. Una de las ventajas de Esperanza Aguirre es que uno no se la imagina en el PSOE. Y qué duda cabe que ese es un excelente motivo para votarla en las listas del PP.
 
Pese a haber heredado un baúl de deudas y poco margen de maniobra de su vecino de partido Ruiz Gallardón (en el caso del inquieto don Alberto, llamarlo compañero resulta a todas luces excesivo y uno se lo imagina mejor fuera que dentro del PP), no se le ha ocurrido a Esperanza Aguirre subir los impuestos para labrarse un pedestal de mármol y que los vecinos la recuerden por sus pirámides. Ha preferido demostrar que cree en la iniciativa privada y que cree también en un sector público reducido pero eficaz, limitado a sus funciones esenciales y facilitando el libre desarrollo de la sociedad. No hay otra forma de crear riqueza que la libertad dentro de la ley. Y también ha anunciado una reforma de la ley del suelo, o de la maraña legal y administrativa que pasa por ley y es sólo un trámite de corrupción y encarecimiento que pagan al final los compradores de viviendas. El gesto de bajar lo legalmente posible el IRPF demuestra que la voluntad política puede encauzarse en la mala dirección, o sea, en la de Gallardón, o en la buena, que es la de Esperanza Aguirre. Para esto sí se vota al PP. Es posible que estemos asistiendo al nacimiento de una gran figura política. Es seguro que los madrileños, aunque sea para compensar otras figuras y figurones, lo merecen.
 

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