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Alberto Míguez

El deseado viaje de Aznar

Suele ser costumbre en las relaciones hispano-guineanas que tras una larga etapa de malentendidos y roces, el dictador vitalicio de la excolonia, Teodoro Obiang Nguema, invite al presidente del Gobierno español para recomponer la situación. Obiang, que es zorro o elefante viejo, sabe muy bien que la tal invitación es “pro forma” y que de allí no saldrá ningún proyecto de futuro ni la deseada reconciliación.
 
Pero no se trata de eso. Una de las artimañas del régimen guineano desde su fundación por el psicópata Francisco Macías, tío del actual presidente –que lo mandó fusilar– es, precisamente, mantener un nivel de tensión regular y relativamente intenso con la exmetrópoli. Hace años, antes de que el maná de petróleo se volcara sobre el clan en el poder –el “essangui” de Mongomo, la localidad fang del presidente– este tipo de reconciliaciones solían utilizarse para conseguir más ayuda, más “cooperación” y, sobre todo, ciertos caprichos coyunturales como, por ejemplo, el envío de un entrenador para el equipo nacional de fútbol o una emisora de televisión en color para el centenar de aparatos existentes en la isla de Bioko donde se halla Malabo, la capital.
 
Obiang prometía reformar su régimen, democratizarlo, cesar en la persecución contra la capitidisminuida y aporreada oposición siempre y cuando aparecía por allí algún presidente de gobierno. Así fue con Calvo Sotelo y así fue también con Felipe González. Buenas palabras, promesas pasajeras y paseos por el bosque tropical. Obiang nunca dijo aquello que hace años reconoció un ministro guineano de paso por Madrid: el régimen es “indeformable” y por tanto no puede reformarse.
 
Ahora se repite la vieja comedia con algunos elementos levemente novedosos. La ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, viajó a Malabo para escuchar la misma cantinela de siempre y las mismas promesas de Obiang y sus sayones: está en marcha una reforma del régimen en profundidad, la oposición tiene libertad total para expresarse y, si de vez en cuando es encarcelada, sale a la calle muy pronto tras...las elecciones. Para completar el disimulo, la ministra tuvo derecho incluso a entrevistarse con el líder de la oposición socialdemócrata, Plácido Mikó, que en este tipo de historias juega el triste papel de opositor leal a Su Majestad. Y aunque Mikó le explicó con toda claridad lo que prepara Obiang para las elecciones que se celebrarán dentro de unos meses –y que ganará por goleada, como siempre, el partido del presidente–, la ministra terminó encantada el viaje y se comprometió a conseguir que Aznar incluya a Guinea en la ceremonia de los adioses con que concluirá su era.
 
Aunque nunca se sabe, es de imaginar que la ministra no habrá creído a Obiang cuando le contaba sus grandes proyectos reformistas y sus brillantes ofertas para que los empresarios españoles –los petroleros también– regresen a la excolonia, que les espera con los brazos abiertos. Pero, ¿quién sabe? ¿No cantó la ministra recientemente las glorias democráticas de una de las dictaduras más feroces del planeta como es la de Siria? ¿No se maravilló con los logros del general Ben Alí, el carnicero represor del pueblo de Túnez que está batiendo todos los récord en cuanto a opositores encarcelados, torturados o simplemente desaparecidos?Assad Junior, Ben Alí, Obiang, éstos son los amigos de la diplomacia aznarí. No hay mejor sordo o sorda que quien quiere oír sólo embustes por razones de Estado o algo así. Aznar tiene ya el camino expedito a Malabo antes de abandonar la Moncloa. ¡Vaya despedida africana!

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