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Que esa no me la creo. Eso les digo a los muñidores de la serie "Cuéntame cómo pasó", cada vez que, zapeando, paso por su ficticia España del final de los sesenta. La ven varios millones de personas, así que deben de hacer algo bien. Tal vez cumplen la primera promesa del título: contar. Pero no la segunda, que requiere cierto respeto a la verdad. Surtidos de un batiburrillo de tópicos sobre el franquismo y el antifranquismo, ofrecen la visión de la época que se ha fabricado a posteriori para lavar la culpa de un pueblo que apoyó masivamente a un régimen dictatorial y glorificar a una oposición que no logró echarlo abajo. Historia sí, pero a la carta.
 
En la web de la serie se resume el año 1970 de esta guisa: Un año duro para el franquismo. Vamos, que estaban a punto de salir por piernas a Portugal, donde reinaba el dictador Salazar. Y cómo no, si "a la creciente y cada vez más resistente oposición al régimen" debe sumarse "el considerable aumento de las huelgas y otros conflictos". Que nos lo digan a los que tratábamos de armar la marimorena. Nos encontrábamos con una poderosa resistencia, sí: la del personal a "meterse en política". Fuera de la Universidad, donde la minoría activista gozaba de cierto predicamento, el resto era una paramera. No hablemos del sector periodístico para no entrar en penosas retrospectivas. Y en cuanto a las fábricas, habas contadas. Pero nos dice "Cuéntame" que líderes sindicales como el bueno de Camacho eran "juzgados y encerrados por doquier". ¡Y el régimen tan campante!
 
No hace mucho representaron una clase de F.E.N. Era una asignatura llamada Formación del Espíritu Nacional, en la que se nos explicaba el tinglado de municipio, sindicato y Estado. Era una de las tres "marías", con Religión y Gimnasia. En aquellas clases, que en mi Instituto impartía una profe de frente abombada a la que apodábamos Napoleón, dormitábamos o jugábamos a los submarinos. Había un tácito acuerdo de no beligerancia. Los niños tenían más suerte, pues usaban como libro de texto uno escrito por Gonzalo Torrente Ballester. Al menos, sería de lectura grata, pero dudo de que lo abrieran alguna vez. El examen era un mero trámite.
 
Sin embargo, en la serie televisiva, el profe de Política, como también se conocía la asignatura, arengaba a los muchachos con fervor patriótico, hablaba arrobado del Caudillo y les daba la hora libre si asistían a la manifa de la Plaza de Oriente. Válgame Dios. ¿Estamos en los sesenta o en los cuarenta, si es que alguna vez fue así? Una de las taras de la serie es que le bailan las épocas en su afán de caricaturizar. Hasta el aspecto de algunos personajes es extemporáneo. Los que ya teníamos entonces cierto uso de razón y no estamos del todo gagá, lo sabemos. Y si algunos se quieren creer el cuento, será porque le proporciona solaz a su conciencia. Pues es notorio que el pasado se reconstruye desde el presente y para el presente.
 
La reescritura del pasado va en España viento en popa. Junto a la que tergiversa el período del franquismo, navega la que timonean los nacionalistas de aquí y de allá. No descarto que vuelvan las soporíferas clases de FEN: en las Autonomías, donde en honor a la verdad se llamarían de Invención del Espíritu Nacional. Maragall dijo antes de las elecciones que el Estatuto catalán -¿éste, el próximo?- debería estudiarse en las escuelas. Prepárense los alumnos a jugar a los submarinos. Aunque me da que los profes de esa utópica materia serían Napoleones de verdad.

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