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Eduardo Ulibarri

Exorcismos postelectorales

Pasadas las elecciones presidenciales de El Salvador, con la estrepitosa derrota de la izquierda, el contundente triunfo de la derecha y la virtual desaparición del debilitado “centro”, todas las fuerzas políticas del país deben emprender un urgente proceso de reflexión y autocrítica. Sus connotaciones son muy distintas en cada caso, pero en todos el objetivo debería ser el mismo: buscar que, lejos de paralizarse en extremos inflexibles, la construcción democrática salvadoreña entre en una nueva fase de desarrollo institucional.
 
El Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), humillado con un 35,63 por ciento de votos, no solo debe hacer una profunda revisión de sus planteamientos, estrategias y organización. También necesita una urgente depuración de dirigentes. Su derrota se debe, en parte, a su vocación esencialmente opositora y a su incapacidad de articular un mensaje verosímil de gobernabilidad. Pero el factor realmente letal fue el candidato: el vetusto e inflexible ex comandante guerrillero Shafick Handal, representante de la línea más dura del movimiento, nostálgico del “socialismo real” y poseedor de un turbio pasado de violencia. Era fácil suponer que un personaje con esas aristas resultaría inaceptable para una mayoría del electorado.
 
Y así fue: puestos a elegir entre un cambio de consecuencias insospechadas o un cuarto período consecutivo para la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), los salvadoreños optaron por la estabilidad de la derecha y dieron el triunfo al joven locutor y empresario Elías Antonio Saca, un neófito de la política. Este resultado inevitable lo tenían claro los sectores modernos y democráticos del Frente. Su representante más conspicuo, Óscar Ortiz, exitoso alcalde de la ciudad de Santa Tecla, trató de cambiar el rumbo, al disputarle el liderazgo a Handal, pero el septuagenario ex guerrillero dominó los cuadros del partido y, el 27 de julio del pasado año, impuso su candidatura. Así, impuso su derrota.
 
Mientras él y sus acólitos dominen la estructura del FMLN, será casi imposible un cambio de posturas. Y, aunque se produjera, no tendría credibilidad. Por esto, la depuración es requisito indispensable para una reingeniería ideológica y organizativa, que pueda dar paso a una opción de centroizquierda democrática, realista y de amplio espectro. Además, sin tufos guerrilleros. Quizá así podrán salvar al partido y, más importante aún, reducir la polarización política nacional.
 
El deber de ARENA, que con el 57,7 por ciento de votos obtuvo la victoria más resonante en la historia reciente de El Salvador, es conjurar cualquier tentación de continuismo perpetuo y evitar el endurecimiento ideológico triunfalista. No se le puede exigir que propicie el desarrollo de otras fuerzas políticas que pudieran, eventualmente, disputarle el poder. Sería ilógico. Pero sí debería diseñar una estrategia de democratización interna, de apertura a un elenco de dirigentes más representativo del espectro social del país, y de creciente emancipación de sus estructuras en relación con los grupos económicos más fuertes. Su “visión estratégica” no debería ser convertirse en una especie de PRI empresarial.
 
El resto de los partidos, movimientos y fuerzas, que no alcanzaron el mínimo para mantener vigencia electoral, no es mucho lo que pueden hacer. Algunos, quizá, esperarán a que el desgaste futuro del gobierno, o las luchas intestinas en el FMLN, produzcan, naturalmente, un crecimiento de su escuálido caudal. Otros buscarán cuotas de poder desde las posiciones que aún tienen en el Congreso, producto de las elecciones de hace un año. Ambas estrategias parecen lógicas, dada su escasez de opciones. Pero a ellas deberían sumar, al menos, una voluntad de “despolarización” del espectro y de la discusión política, mediante vinculaciones con sectores moderados dentro del FMLN y ARENA y propuestas alternas –y serias-- a los planteamientos de ambos.
 
En qué medida habrá reflexión, replanteamientos, exorcismos, cambios de rumbo y nuevas estrategias entre los actores políticos, aún es difícil decirlo. ARENA tendrá una tendencia –natural– a repetir lo que fue exitoso, y las minorías aún son un péndulo sin eje claro. Por esto, la mayor responsabilidad y necesidad de autocrítica y corrección corresponde al FMLN. Si logra hacerla, quizá sobrevivirá y se convertirá en una real alternativa de poder. Si no, la división será inevitable, pero no necesariamente mala, porque sus nuevos líderes podrían entonces, sin Handal, sin sus secuaces y sin las ataduras del pasado, crear una opción fresca y potencialmente exitosa. En el fondo, esto sería lo mejor para el país.
 

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