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Cristina Losada

Una pesadilla

míster PESC, el mismo que autorizó los bombardeos sobre Yugoslavia, dijo que en Europa, en trance análogo, "el uso de la violencia habría sido probablemente diferente".

La Unión Europea no se ha distinguido por clamar contra los atropellos a la libertad que se han cometido en la Rusia de Putin. Unas cuantas tímidas amonestaciones, y punto. Tampoco por denunciar la corrupción en aquel país se ha desgañitado la UE. Pero tras el funesto secuestro masivo en Beslan, el portavoz europeo alzó la voz para pedirles explicaciones "sobre cómo se había podido producir esta tragedia" a las autoridades rusas. Además, míster PESC, el mismo que autorizó los bombardeos sobre Yugoslavia, dijo que en Europa, en trance análogo, "el uso de la violencia habría sido probablemente diferente". A lo que se añadieron las aportaciones patrias de Moratinos, buscador del pretexto y el contexto de los fanáticos, y de Alfonso Guerra, que sabe que el terrorismo "no se combate bombardeando Irak o mandando entrar en un colegio donde hay mil niños", aunque los procedimientos que para ello empleó su partido desde el gobierno no fueran ni pacíficos ni legales ni efectivos.
 
Bajo el impacto de estas cogitaciones y su posible "efecto llamada", he tenido una pesadilla: un grupo terrorista entra en un pabellón deportivo de una ciudad europea y toma como rehenes a todos los que allí asistían a un campeonato; exigen la liberación de los presos islamistas en Europa, la aplicación de la sharia en la UE y la devolución de Al Andalus, entre otras cosas; la UE se apresta a una negociación para intentar salvar las vidas de los secuestrados; los terroristas llenan el pabellón de bombas y minas y empiezan a asesinar a diez rehenes por cada hora que pasa sin que se acepten sus condiciones; el pabellón es rodeado por policía y ejército, pero, por exigencia de los terroristas, se retiran a medio kilómetro de distancia; un país propone que se llame a los americanos para resolver el asunto, a fin de que si sale mal, se les pueda echar la culpa del desastre, pero la mayoría se niega a darles protagonismo; como negociadores adicionales, se nombra a periodistas y artistas que han mostrado simpatía hacia la causa islamista.
 
Mientras dentro se amontonan los cadáveres, continúa el diálogo. Se está a punto de llegar a un acuerdo sobre la primera de las exigencias. No obstante, siguen sin dejar que entren alimentos ni medicinas en el pabellón. Cada hora se oyen las descargas. La UE se compromete a garantizar una salida a los terroristas si el secuestro acaba antes de seis horas. Se piensa en excavar un túnel o en tratar de infiltrar a un comando, pero por temor a que si descubren tal cosa, puedan matar a todo el mundo, el plan se rechaza. De pronto, se produce una explosión, una puerta revienta y los rehenes empiezan a huir despavoridos. Los terroristas los tirotean por la espalda. Para evitar una repetición de la tragedia de Beslan, las autoridades dan orden de no intervenir. Se oyen fuertes detonaciones. Al cabo de unas horas, los terroristas dicen que han muerto todos los rehenes, pero que si no les dejan salir, otro grupo perpetrará un atentado con miles de víctimas en un lugar de Europa.
 
Ante la amenaza, y puesto que el secuestro acabó dentro del plazo ofrecido, la UE les permite marchar como se había acordado. Los dirigentes europeos están desolados, pero tienen, al menos, una satisfacción moral: han sido los terroristas los únicos que emplearon la violencia.

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