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Juan Carlos Girauta

¿Por qué sigue ahí Moratinos?

a su capacidad –nula– une un sentimiento profundo: el sentimiento de que el Estado y sus recursos están para servirle a él.

Cada semana que pase sin que a Moratinos le envíen al motorista, un nuevo disparate, una nueva mancha en la imagen de España, una nueva infamia decorará el triste currículum presidencial de Rodríguez. Se inventó requerimientos de Powell para mediar en Oriente Próximo y fue inmediatamente desmentido; emitió temerarias opiniones contra el principal valedor de nuestra seguridad e integridad territorial; acusó a su propio país de apoyar un golpe de estado contra un presidente extranjero mientras éste se hallaba en España, y se ratificó en sus mentiras y calumnias ante una comisión parlamentaria; recuperó el discurso putrefacto que se forjó entre el aquelarre de Bandung y las barricadas del sesenta y ocho, el tiers monde, los no alineados y la criminosa vacuidad; rompió la política común europea sobre Cuba dándole oxigeno a Castro; vetó a la segunda emisora de radio de España en un viaje oficial sólo porque su director de informativos le había puesto nervioso en un programa de televisión.
 
Creíamos que nos daría un respiro, que se tomaría el puente de la Constitución y la Inmaculada para descansar su necedad, pero no: en la Cumbre hispano-francesa, el jefe del estado vecino, a quien el gobierno español ha servido de esterilla, les ha dado el chasco de negarse a la encerrona de una sesión fotográfica hablando de tú a tú con Maragall. Francia no quería tocar "temas locales". Es decir, que ha tenido que ser Chirac el que le recuerde a Rodríguez la diferencia entre las relaciones internacionales y las fantasías plurinacionales. Nadie en el Ministerio de Exteriores había reparado en una obviedad que conocen hasta los ujieres: la absoluta imposibilidad de que Francia aliente, ni que sea con un gesto, la desconstrucción nacional de España. Por la cuenta que le trae.
 
La última moratinada que ha trascendido, por ahora, es que España fue, para extrañeza de nuestro Ejército, el primer país en fletar un avión militar a Costa de Marfil, a pesar de lo reducido de nuestra colonia, que, por otra parte, no deseaba abandonar el país africano. ¿Cuál era la verdadera misión de ese Boeing 707 de 160 plazas? Traer al sobrino de Moratinos. Si el asunto ha trascendido es porque los responsables de la seguridad de la nave incumplieron la orden de la Embajada española de no identificar a los pasajeros. Una orden que lo dice todo.
 
El amigo del terrorista Arafat, el ministro calumniador, el de los calentones, el sectario que arbitrariamente veta a los medios críticos, el principal escollo para la recuperación de unas relaciones normales con EEUU, el tercermundista amigo de las dictaduras, el torpe Moratinos, se revela como un auténtico ejemplar de socialista español: a su capacidad –nula– une un sentimiento profundo: el sentimiento de que el Estado y sus recursos están para servirle a él.

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