Como todos los años, el árbol del Rockefeller Center está engalanado por navidad, como lo está toda la ciudad y todo el país. Los motivos navideños invaden también el salón por los anuncios y los programas de televisión. Pese a ser un pueblo con tan breve historia, o quizás por ello, el norteamericano se aferra con devoción a sus tradiciones. Da la impresión de que si uno se trasladara cien años al pasado o al futuro reconocería perfectamente las costumbres de su compatriotas al acabar el año. Pero esta solidez parece haberse quebrado en parte en los últimos años, y se ha hecho notar especialmente en este. El saludo casi obligado de estos días ha sido siempre feliz navidad (happy christmas) y este año se está abandonando en parte por felices fiestas (happy holidays). Un cambio que seguramente no tiene ninguna relevancia por sí mismo. Lo que sí lo parece es la motivación detrás del cambio: un nuevo triunfo de la corrección política. Se evita pronunciar la palabra navidad para no ofender con el saludo a quien no sea cristiano. Varios comercios optan por no hacer referencia a las navidades y mucha gente ha sucumbido a la disciplina de la corrección política. A mí no solo no me ofende que me faciliten las navidades, pese a ser agnóstico, sino que incluso me podría sentir ofendido si se considerara una afrenta hacer referencia a la que es mi cultura. He de reconocer, no obstante, que tampoco es el caso.
Aún en el país donde nació la corrección política como solución en falso al problema del racismo, y que se ha ido extendiendo a otros ámbitos, resulta sorprendente que se haya llegado a las navidades aquí, donde el 77 por ciento se declara cristiano. La llamada corrección política, bajo el velo de la equidistancia y el respeto, toma como ofensivo lo que no lo es ni puede serlo. Parte del error de considerar afrentoso hacer mención de la realidad, de lo que se huye hasta niveles ciertamente absurdos. Por evitar la palabra negro se llama afroamericano a estadounidenses cuya familia lleva diez generaciones en el país, pero nunca se lo llamarían a Teresa Heinz, mujer de John F. Kerry, americana nacida en África.