Esas imágenes de la Eurocámara en las que Luis Herrero toma la palabra para meter un dedo en el ojo de Polanco son una joya. En apenas unos segundos se encierran varias claves de la política española. Primero está el propio Luis Herrero, cuya figura y voz contribuyen a que lo veamos como un niño grande, listo e impertinente; sabe que tiene razón y ninguna componenda ni regla de urbanidad va a privarle de soltar bien clarito que el rey va desnudo. En la capital de la nada, en el Gran Oriente de la hipocresía, en pleno club de los bienpagaos, sobresaltando el duermevela de los socios añejos, qué ordinariez, quién ha dejado entrar a ese niño en el club, con los mayores.
Lo que se dice dejarlo, lo dejó entrar el pueblo español, que lo votó en su día porque Aznar, que sabe latín, lo puso a modo de inadvertido legado en la lista más codiciada de la democracia. Estoy por creer que, al asegurarse la elección de Herrero, el retorcido ex midió muy bien la magnitud de su represalia contra el PFFR. Y si no es así, lo parece, porque los cuarteles de Prisa también se despertaron de golpe con las tres frases de un solo hombre con bigote, un eurodiputado al que, vaya por Dios, adoran millones de compatriotas. Su ironía franca les acompañó durante años y ya es como de la familia. Demasiado para que lo neutralice un Medina pegado a la moqueta, ser que merece el dudoso reconocimiento de haber lanzado al mundo la bola más gorda que se recuerda sobre España desde lo del Maine: que Aznar controlaba todos los medios de comunicación. Claro, y como se volvió majareta, se los lanzó contra sí mismo; llamaba el hombre como loco a las redacciones impartiendo sus órdenes: ¡Que me llaméis asesino, os digo, y si no, a la calle! ¡Quiero que digáis que estamos mintiendo, escondiendo información y defraudando al pueblo antes de las elecciones generales, y el que no lo publique, que se despida de su cargo! Y es que Aznar tenía unas cosas...