En un cuento que podría haber imaginado Kafka si no lo hubiera escrito Wells, un personaje que podría haberse llamado Zetapé si no lo hubieran bautizado Smith, pierde fortuitamente su diccionario. A partir de ahí, Smith, que podría haber conseguido otro si por el camino no hubiera olvidado también el interés por los significados de las palabras, nota que además acaba de extraviar todos sus principios. Él, que siempre caminara cargando la solidez plomiza de un saco de buenas intenciones, comienza a notar entonces que su naturaleza toda sufre una transfusión de vacío; lo ha invadido la perfectamente soportable levedad del helio. Pero sólo cuando se descubre estrellado contra el techo de su despacho, antes de tratar de reptar por las baldas de la biblioteca camino de un refugio seguro en el hueco de la mesa, comienza a ser consciente de su drama.
Dice Gotzone Mora de un gobernante que se podría apellidar Smith si ella no lo llamara Zapatero, que una bomba lo llevó al poder y que otra bomba podría despegarlo de él. Y dice bien. Porque, desde hoy, la Eta guarda las llaves de aquel concesionario de la Citroën en Ponferrada con una zeta y una pe grabadas. Y es que, a partir de hoy, en la hora del entierro civil del Pacto Antiterrorista, la procesión de las plañideras de renting que ha animado la ceremonia se acaba de llevar por delante el centro de gravedad de Rodríguez. E, igual que el pobre Smith desde aquel día aciago, el presidente habrá de acostumbrarse a caminar por las calles con los bolsillos de la chaqueta repletos de acero y cargando una mochila atestada de tornillos para no esfumarse en el aire.

