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José Vilas Nogueira

El cinismo castigado

No puede, pues, haber una Unión Europea democrática porque no hay un demos europeo. Y no sólo no lo hay, sino que el siempre precipitado y siempre creciente proceso de ampliación impedirá que se constituya a corto o medio plazo

Son muchas las cuestiones envueltas en el triunfo del "no" en el referéndum de ratificación de la sedicente Constitución Europea, celebrado en Francia el pasado día 29. Y no son pocas las posiciones políticas discernibles en el conjunto del voto "no" y, aunque en menor medida, en el opuesto conjunto del voto "sí". Alguna de aquellas cuestiones implica particularmente al Gobierno español, que no acierta una, ni por casualidad. El Presidente Zapatero ha exhibido una vez más gestos risibles e insuperable necedad. Pero, confiemos la glosa de las zapateriles andanzas a cómicos y caricatos, pues comentario serio no merecen.
 
Lo que quiero destacar es la gran cuestión, que subyace a la pluralidad de otras más singulares. evidenciada en el triunfo del no en el referéndum francés. El castigo del cinismo (al menos, por ahora, que ya Pepiño Blanco, con su desenvoltura de cacique aldeano, ha propuesto repetirlo). En efecto, la mayor parte de las elites políticas e intelectuales que nos gobiernan y nos adoctrinan, concordaron tiempo ha en que las instituciones comunitarias arrastran un "déficit democrático". Consiguientemente, inflamadas por la pasión democrática, se han concertado en el propósito de superar la dimensión meramente económica de la Europa comunitaria, la delicadamente llamada "Europa de los mercaderes" o "Europa del dinero". Sólo los liberales, peligrosos elementos de extrema derecha, serían benevolentes con estas torpes e innobles realidades. Ellos, la derecha y el centro progre, los socialistas y los comunistas, por el contrario, de creer sus declaraciones, habrían abrazado ideal franciscano de pobreza. Pero basta frecuentarles algo, o seguir sus andanzas en la prensa, para constatar que tal no es el caso. Si les molestan los dineros son sólo los ajenos; consecuentemente se esfuerzan en apropiárselos.
 
Junto a la necesidad de transcender la dimensión económica, la unión política vendría urgida por la conveniencia de conjurar posibles conflictos bélicos, pues la historia de nuestro continente no es precisamente un ejemplo de paz. De aquí, el propósito de debilitar, primero, para diluir después, los Estados nacionales. Por un lado, sometiéndolos a instituciones supranacionales comunes; por otro, entregándolos a la presión centrífuga de reformas descentralizadoras. Hay que reconocer que éste es un intento más noble y sensato que el anterior. El problema aquí es cómo conseguirlo.
 
En pocas palabras, la respuesta ofrecida ha sido construir una Unión (política) Europea de carácter democrático y que incorpore los valores políticos y sociales del "modelo europeo". Respecto de lo último, en realidad, éste es un modo perifrástico de designar a los valores social-demócratas, que por acuerdo, perentorio y unánime, de los progres de derecha, centro e izquierda han sido elevados a rasgos constitutivos de un pretendido "modelo europeo", sin necesidad de ulterior demostración ni análisis. Respecto de lo primero, el problema es que una Unión Europea, como cualquier otra comunidad política, democrática requiere ineludiblemente la existencia de un demos. Y no hay rastro de tal, ni se ha avanzado un milímetro en su constitución desde los comienzos del proceso de unificación europea (otra cosa, benéfica, pero distinta, es que se haya diluido la virulencia de ciertos antagonismos nacionales).
 
Las pruebas son abrumadoras, y asombra el clamoroso silencio ante esta cuestión de la mayor parte de los políticos e intelectuales europeos, sólo atribuible a cinismo y/o estulticia. Si uno examina las sucesivas y diversas elecciones nacionales para el Parlamento europeo; si uno examina los referenda de ratificación de la sedicente Constitución europea, en aquellos países que han optado por esta vía, se comprueba que, sin excepción, están dominados por problemas y opciones de política nacional. Si uno observa las relaciones entre los Gobiernos de los Estados, verá que casi nunca están presididas por afinidades ideológicas o partidistas. El necio de Zapatero, tan izquierdista en la política nacional, no ha dudado en uncirse al carro de un gobierno de centro-derecha, tan poco ejemplar, además, como el francés. El anterior Presidente, Aznar, "fascista" y encarnación de toda maldad, según nuestros izquierdistas, era, sin embargo, más próximo a Blair, socialista él, y del que sus correligionarios españoles no quieren ni oír hablar, etc., etc. Por otra parte, en el Parlamento europeo, los llamados "partidos europeos" apenas sirven como armazón de los distintos grupos parlamentarios, pero no son verdaderos partidos. Por eso, hay tantos "noes" dentro del "no"; tantos "síes" dentro del "sí" a "Europa". Como no hay demos, tampoco hay instancias articuladoras y agregadoras de las posiciones políticas, entregadas así a un caos, propio de un "estado de naturaleza".
 
No puede, pues, haber una Unión Europea democrática porque no hay un demos europeo. Y no sólo no lo hay, sino que el siempre precipitado y siempre creciente proceso de ampliación impedirá que se constituya a corto o medio plazo. Si entre países geográfica, histórica y culturalmente más próximos no se ha constituido ese demos común, cómo va a forjarse con países progresivamente más lejanos. El culmen del disparate es el intento de integrar a Turquía, propósito que, habrá que decirlo en año de centenario, mataría del susto a Cervantes, si alguno de los sabios nigromantes familiares de don Quijote lo hubiese vuelto a la vida. La Ministra de Cultura habrá de encargar oportuna revisión, en el contexto de la "alianza de civilizaciones".
 
Cualesquiera que sean las razones que impulsen el siempre creciente propósito de ampliación de la Unión Europea, son incompatibles con su fundamentación democrática, aunque quizá fuesen factibles en un proceso reducido a la alianza entre Estados. En este sentido, la victoria del "no" en el referéndum francés es un castigo al cinismo de esas elites. Por otra parte, era fácil advertir, aunque casi nadie lo haya hecho, que este proceso insensato ha edificado un gigante con pies de barro. Esperemos que las presentes dificultades, serias pero aun no dramáticas, no se agraven. Si lo hiciesen todo el formidable edificio se vendría abajo y ni aun la denostada "Europa de los mercaderes" resistiría el cataclismo.

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