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Maquillar el Estatuto y anestesiar a los españoles

Eso faltaba, que quienes nos quieren hacer pasar una catedral por un edificio de oficinas ni siquiera admitieran que hay que hacerle algunos “retoques”

Por lo visto, la izquierda puede utilizar un accidente marítimo para llevar a cabo estruendosas campañas políticas y mediáticas contra el Gobierno, que incluyeron manifestaciones ciudadanas en toda España, campaña que no fue ajena a muchos acosos violentos que sufrieron las sedes del PP. Ningún accidente similar en Europa –ni después, en España– fue utilizado con tanta habilidad y tan pocos escrúpulos para generar una movilización semejante por parte de los medios y partidos de la oposición.
 
Sin embargo, si es el PSOE el que gobierna, no faltan quienes –incluso desde la oposición política y mediática– tachan de "tremendismo" que el PP llegara a movilizarse con todas las energías que le otorga el Estado de Derecho contra lo que, lejos de ser un accidente fortuito, es un deliberado e ilegal intento de acabar con el actual modelo nacional y constitucional de España.
 
Por lo visto, lo "tremendo" no es que seamos el único país democrático cuyo presidente basa sus alianzas con formaciones independentistas; lo "tremendo" es que nos parezca tremendo.
 
Con esta falta de sensibilidad política e intelectual con las que algunos les quieren hacer frente, no hay que extrañarse de que minorías con determinación y coraje aspiren a ganarle el pulso a las mayorías. Ya hay quien ha hecho cargar sobre los hombros de Rajoy parte de la responsabilidad de que ZP y sus aliados independentistas nos metan en una "aventura" que, ciertamente, rechazan una inmensa mayoría de ciudadanos presente en ambos electorados. Una cosa es pretender que el líder del PP ofrezca una mano tendida a ZP para oponerse juntos a lo que pretende Maragall y los independentistas, y otra cosa, muy distinta, reclamar a Rajoy que de pasos –aunque sea sólo uno– para acercarse a estrechárselas a todos ellos. Quien debe recomponer el consenso es el que lo ha roto, no el que sigue fiel a la Constitución y a su electorado.
 
Las "manos tendidas" de Zapatero al PP, por el contrario, sólo tienen como objetivo el tratar de evitar que este partido dé voz y despierte a esa todavía silenciosa pero también silenciada mayoría de ciudadanos opuesta a tanto desvarío.
 
Que el presidente diga en el Parlamento que hay "contenidos" del texto estatutario que "van a ser enmendados" por su partido es algo que, en primer lugar, ya sabíamos, y que, además, es insoslayable, si lo que el presidente de Gobierno quiere es convencer a los ciudadanos de que es constitucional lo que no lo es en absoluto. Eso faltaba, que quienes nos quieren hacer pasar una catedral por un edificio de oficinas ni siquiera admitieran que hay que hacerle algunos "retoques". A eso, con todo, se le llama engañar. Y es que el grado de irresponsabilidad de Zapatero ha llegado a tal extremo que, incluso en la mejor y más improbable de las salidas posibles –como sería un acuerdo serio con el PP–, el Gobierno estaría abocado a engañar, en ese caso, a sus socios independentistas. ¿Alguien duda de a cual de los dos frentes –el PP, por un lado; los nacionalistas, por otro– va a satisfacer el presidente? A esta duda se le llama autoengaño.

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