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Blasco M. Peñaherrera Padilla

Neoliberalismo y paleocomunismo

Los catastróficos resultados que produjo, sin excepción de país, tiempo ni modo, la puesta en práctica del marxismo-leninismo en todas sus versiones son recuerdos virtualmente esfumados en la memoria de la mayoría de personas.

En Ecuador, el último de los cuatro ministros de Gobierno que ha estrenado el Presidente Alfredo Palacio, en los nueve meses ya consumidos de los dieciocho de su ejercicio, manifestó que se sentía "orgulloso de haber sido comunista". No explicó si lo estaba por conjugar en pasado su militancia o si era porque consideraba que había tenido el acierto de evolucionar hacia la sensatez. Por lo mismo, es posible que no pocos de mis conciudadanos entendieran que eso de haber sido comunista es algo meritorio; sobre todo porque, a esta altura de la resaca socio-populista que cunde en América Latina, la difusa denominación de izquierdista abarca todo un universo de militancias en el que se incluye la de los paleo-comunistas.

Pero, ¿cómo pensar de este modo luego de la perestroika, el glasnost y de la caída del Muro de Berlín? Ciertamente que esto es algo que rebasa los límites de lo admisible. Como también lo es, a la inversa, que la denominación de neoliberal, aplicada a todo aquel que propugna restringir la función y la capacidad imperativa de los gobernantes a límites razonables de tolerancia y eficacia, se haya convertido para muchos en remoquete negativo y hasta peyorativo. Sin embargo, así es.

Dicen los entendidos que la memoria que reside en el subconsciente solo se activa con la repetición de los dichos y el impacto de los hechos a ser memorizados, por lo que la duración de los recuerdos es directamente proporcional a tales repeticiones e inversamente proporcional al tiempo transcurrido. Así se explica que los catastróficos resultados que produjo, sin excepción de país, tiempo ni modo, la puesta en práctica del marxismo-leninismo en todas sus versiones, sobre cuyo balance muy poco se dijo y durante muy corto tiempo, sean recuerdos virtualmente esfumados en la memoria de la mayoría de personas. También que lo propio suceda, y por la misma razón, con la vivencia de los resurgimientos espectaculares que lograron, durante la década de los 80, los pocos estadistas motejados como neoliberales que en América Latina tuvieron el acierto y la entereza de rescatar a sus pueblos de las inflaciones galopantes, el marasmo económico, el desempleo creciente y la violencia social. Males todos ellos generados en las dos décadas anteriores por gobernantes socio-populistas de la más variada factura, quienes aplicaron, en función de sus intereses, las recetas keynesianas y cepalinas del desarrollo hacia adentro, la sustitución de importaciones y la redistribución del ingreso.

Es así como se ha logrado que la persistencia de los problemas ancestrales de pobreza, injusticia e ignorancia, en la mayor parte de nuestros países, lejos de ser adjudicada a quienes con su irresponsabilidad y perfidia la ocasionaron, sea endosada al supuesto neoliberalismo que, en realidad, solamente fue puesto en práctica en el más exitoso de los renacimientos económicos, políticos y sociales del hemisferio: el de la República de Chile.

Merced a una habilidosa estrategia de falseamiento de la realidad, la omnipotente maquinaria informativa del progresismo ha logrado que el común de las personas ignore o aprecie equivocadamente el hecho de que los resultados relativamente satisfactorios que arroja la gestión de algunos gobernantes a los que se identifica como izquierdistas (especialmente los de Brasil y Uruguay) obedecen al hecho de que han tenido el buen juicio de mantener incólume la orientación "neoliberal" de sus antecesores, sobre todo en lo que se refiere a mantener los equilibrios fiscal y monetario, garantizar la seguridad jurídica y estimular la inversión privada.

De este modo, contrariando la realidad de los hechos y la lógica irrefutable de las motivaciones, la resaca socio-populista sigue su marcha y permite que sus liderzuelos propongan, como objetivo supremo y único de sus esfuerzos, el de sepultar al neoliberalismo; y que, después de todo, todavía existan quienes se sienten orgullosos de haber sido comunistas.

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