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Mark Steyn

Una idea capital

Cuando Die Zeit y The Times y todos los demás afirman que "Europa" condena la muerte de Sadam, lo que quieren decir es que una élite político-mediática reducida, distante y aislada del mundo real la condena.

La ejecución de Sadam Husein proporciona un estudio útil de contraste de patologías. En Europa, el ahorcamiento del dictador era deplorado. "La pena de muerte", lamentaba The Guardian, "es un castigo inaceptablemente cruel e inusual, hasta en Irak". ¿De verdad? Sea inaceptablemente cruel o no, lo cierto es que bajo Sadam no era precisamente inusual.

En contraste, Tim Hames, del London Times, apoyaba derrocar al carnicero, pero no matarlo. "La opinión predominante en la clase media europea", escribía, "es que la pena de muerte es tan éticamente cuestionable como los crímenes que se castigan con ella". Eso de "la clase media europea" se podría traducir al cristiano como "la gente con la que ceno habitualmente". Porque según una encuesta publicada en Le Monde, la mayoría de los españoles, alemanes, franceses y británicos estaban completamente a favor de ejecutar a Sadam.

De hecho, los conciudadanos británicos de Hames no andan muy lejos con respecto a los neandertales yankis en cuanto a su entusiasmo por un buen ahorcamiento éticamente cuestionable a la antigua usanza: el 69% de los encuestados en el Reino Unido apoyaron la pena capital para el dictador, frente al 82% en Estados Unidos. Hames aparentemente identifica como predominante en su país la posición sostenida por un tercio de sus habitantes, no la del 70%, que son sin duda malditos radicales extremistas.

Sea cual sea la opinión que uno tenga sobre la pena capital, el caso es que no se trata de eso. Las dictaduras excepcionalmente duras tienen que ser liberadas no sólo política, sino también psicológicamente. Cuando un hombre es tan criminalmente poderoso, el encarcelamiento no basta porque, mientras viva, siempre cabrá la posibilidad de que vuelva. Después de todo, hablamos de alguien que por definición nunca ha estado bajo límite alguno, ya sea personal, moral, religioso o constitucional. ¿Por qué entonces la sentencia de un tribunal iba a ser más eficaz? Cuando un dictador ha ejercido un control total sobre sus súbditos como el que tenía Sadam, éstos solo pueden librarse definitivamente de él con su muerte.

Me atrevería a decir que, hasta cierto punto, incluso la clase política europea lo entiende. Pero eso no les impide sacar pecho al respecto. Hace un par de años, el secretario de Estado de Su Majestad para Defensa, Geoff Hoon, aseguró que en el caso de que las tropas británicas capturasen a Osama ben Laden, no lo extraditarían a Estados Unidos sin garantías de que no afrontaría la pena de muerte. El Departamento de Justicia de Estados Unidos debería haber dicho: vale, os lo quedáis. Lo lleváis a juicio en Old Bailey y, asumiendo que sobrevivan suficientes jurados como para dictar sentencia, lo encarceláis en las prisiones de Brixton o Pentonville "de por vida". Después os podéis sentar a mirar cómo numerosos ciudadanos británicos son secuestrados y decapitados de Palestina a Pakistán, y los consulados, los bancos y las fábricas británicas vuelan en pedazos en Kuwait, Arabia Saudí, Malasia y Bélgica. Si tantas ganas tenéis de ejercer como moralistas autoindulgentes, seguro que se lo podréis explicar a las viudas y huérfanos de las víctimas.

Pero la pose moral de los europeos no es tanto una guía de política práctica para la guerra y la jihad como un ejemplo de su propio aislamiento psicológico. La página web alemana Davids Medienkritik proporcionaba un recorrido útil de las informaciones locales acerca del ahorcamiento de Saddam: Die Europaer verurteilten die Anwendung der Todesstrafe, afirmaba Die Zeit. "Los europeos condenan el uso de la pena capital".

¿Qué "europeos"? La mayoría de los alemanes no, pues aprueban la ejecución. Tampoco el 58% de los ciudadanos franceses. Ni 7 de cada 10 británicos. Cuando Die Zeit y The Times y todos los demás afirman que "Europa" condena la muerte de Sadam, lo que quieren decir es que una élite político-mediática reducida, distante y aislada del mundo real la condena.

Resulta reveladora esa premisa, contraria a toda evidencia, de que hablan en nombre de "Europa", porque ayuda explicar el motivo por el que el continente está teniendo tales dificultades a la hora de discutir con franqueza cualquier otro asunto, desde sus carísimos programas sociales hasta sus alienadas poblaciones musulmanas.

De modo que, a un cierto nivel, este debería haber sido un gran momento para la administración Bush. Por todo el mundo, los criminales genocidas deberían haberse quedado clavados en sus sillas con la boca abierta frente a la televisión pensando: "¡Guau! El cowboy lo hizo. Entró, echó de una patada al presidente vitalicio de su retrete de oro, lo metió en la cárcel y después lo hizo juzgar y lo ahorcó como a un criminal común".

Desafortunadamente, cuando Estados Unidos lo entregó a las autoridades iraquíes, dichas "autoridades" hicieron todo lo que pudieron para parecer completamente desautorizadas. Sadam fue despachado en una sucia sala de techo bajo y sin ventanas de los cuarteles de tortura de su antigua policía secreta, por un puñado de idiotas con chaquetas de cuero negro y pasamontañas. No parecía tanto el amanecer de un nuevo Irak como un golpe de la mafia rusa. Un par de guardias gritaban alegremente "Moqtada, Moqtada, Moqtada" –por Moqtada al-Sadr– a lo que Sadam añadió un eco incrédulo: "¿Moqtada?"

Normal que se asombrara. Una cosa es ser finiquitado por Bush, pero serlo por fuerzas leales al hijo punk de un clérigo de tres al cuarto al que asesinaste hace años... Cierto que fue más agradable que, pongamos, el cambio de gobierno de Liberia en 1990, cuando Prince Johnson hizo rebanar las orejas del presidente Doe para metérselas en la boca de Su Excelencia antes de amputar los genitales presidenciales y comérselos él mismo, con la creencia de que "los poderes" de la persona cuyas partes estás haciendo puré pasan al comensal. Pero el ambiente general era demasiado parecido.

Y los muchos musulmanes de todo el mundo que vean este vídeo y escuchen los gritos de "¡Moqtada!" pueden estar de acuerdo con el breve resumen que del mismo hacía el blog Powerline: "El criminal está muerto. ¡Larga vida al criminal!" Teniendo en cuenta que la custodia de Sadam fue transferida de la coalición al gobierno iraquí solamente unas cuantas horas antes de su muerte, sería interesante saber si las autoridades norteamericanas dieron "algún consejo" de imagen: no más mazmorras de tortura, tal vez en el patio de entrenamiento, con un par de banderas iraquíes; os quitáis los uniformes tipo Quentin Tarantino y os ponéis alguno más neutral, como de funcionario de prisiones o de personal del aparcamiento del Aeropuerto de Bagdad; si han de estar presentes algunos familiares de sus víctimas, buscad viudas y huérfanos fotogénicos, en lugar de los chicos de Moqtada. Ofreced un mensaje más tipo "es hora de pasar página, dice el Gobierno del Irak Libre", que "jódete, cabrón, dice un mindundi local".

Y si nadie del gobierno norteamericano dio tales consejos, ¿por qué no lo hicieron? ¿Cómo es que tenemos una cultura política capaz de producir una convención de partido vacía de contenidos en un nanosegundo, pero que no dedica ni un segundo a pensar en los momentos álgidos de la historia?

La realidad es que Sadam Hussein está muerto gracias a George W. Bush y a un incipiente sistema iraquí de justicia, no a Moqtada al-Sadr. Pero esa no es la impresión con la que te quedas al ver los momentos finales de la vida de este hombre perverso. Y permitir que un insignificante aspirante a señor de la guerra se lleve todo el mérito es una locura que no se debe cometer en una parte del mundo que tiene ya grandes dificultades en aceptar la realidad.

En resumen, ¿cuál es mi postura sobre la ejecución de Sadam? "Alegraos, alegraos", como aconsejaba Thatcher tras liberar las Malvinas de las fuerzas argentinas. La pose de los europeos es decadente y autoindulgente, síntoma de que nos hallamos ante una pseudo-potencia narcisista que en lugar de políticas tiene palabras huecas. Pero la completa falta de cuidado por parte de Washington en lo que respecta a los momentos finales de la vida de Sadam tampoco resulta muy estimulante: por si hiciera falta, fue una demostración bastante clara de cómo el enfoque estadounidense de no intervenir ha animado a demasiados entrometidos. El rey ha muerto. Moqtada al-Sadr también debería.

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