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Antonio Robles

La maté porque era mía

Es doblemente repugnante la coartada intelectual que, en nombre del relativismo cultural y el multiculturalismo, pretende acallar la voz de quienes denuncian sin coartadas de respeto a otras culturas lo que sólo es un crimen contra la humanidad.

Aunque parezca mentira, los mayores atropellos contra la mujer han sido y son todavía creados por la cultura. Es una curiosa paradoja; la cultura que nos civiliza siempre ha tratado mal a la mujer. La ablación, la explotación laboral y la sumisión son aún hoy prácticas visibles de ese maltrato. Es preciso que nadie pueda refugiarse en esas prácticas culturales y religiosas para seguir conculcando los derechos de todas las mujeres. No son cultura, son una canallada aquí y en cualquier rincón del mundo. Y es doblemente repugnante la coartada intelectual que, en nombre del relativismo cultural y el multiculturalismo, pretende acallar la voz de quienes denuncian sin coartadas de respeto a otras culturas lo que sólo es un crimen contra la humanidad.

Una huelga de obreras del textil de Nueva York se convirtió el 8 de marzo de 1908 en una terrible tragedia: 129 trabajadoras murieron abrasadas dentro de la fábrica Sirtwoot Cotton. El empresario les había cerrado las puertas después de prender fuego a la fábrica. El mito de esa fecha ha servido para conmemorar el día de la mujer trabajadora.

El 8 de marzo de 2007 se celebra el día de la mujer a secas, sin adjetivos. Por el mero hecho de ser un ser humano tiene dignidad y derechos que demasiadas veces se conculcan en nuestra sociedad. En el tercer y segundo mundo más que en el primero, en unas culturas más que en otras y en todos los lugares sufren violencia doméstica.

A la violencia doméstica me quiero referir. Ya sé que se denuncia cada poco, como cabe esperar cuando cada poco muere una o más mujeres a manos de sus maridos o compañeros. Pero cuando el mal es tan perverso y tan cotidiano nunca sobra una denuncia. Habremos de ser tan pesados y persistentes que nada ni nadie puedan mirar para otro lado. No hay crimen mayor que ver morir a tu madre a manos de tu padre. Y eso ocurre docenas de veces al año.

¿Cómo evitarlo? Esa es la pregunta pertinente después de que la sensibilidad social sea unánime en su denuncia.

El crimen del macho es distinto a todos los demás crímenes. Mayoritariamente se suicidan o lo intentan después de haber asesinado. Esto nos deja en una situación indefensa para erradicar el delito. Si el Estado no puede chantajear al criminal con el castigo, el Estado pierde el poder de atajarlo. Habremos de comprender la naturaleza de este comportamiento suicida. Sin comprenderlo, no tendremos respuestas para erradicarlo.

En el crimen por violencia de género hay algo más que hábitos culturales machistas. Hay instinto depredador, marca de territorio, propiedad sobre las hembras; en una palabra, naturaleza animal a salvo de la presión cultural.

Si nos seguimos negando a examinar a este depredador que todo macho lleva dentro, me temo que no acabaremos con el mal. Reparen que los crímenes se han multiplicado cuando la mujer se ha revelado contra el abuso y, el macho ha perdido todo control sobre la propiedad que instintiva e inconscientemente cree tener sobre la hembra. Es en ese momento cuando pasa de hombre a animal, se convierte en depredador celoso de su territorio. Su derrota como macho de la manada le lleva en unas ocasiones a dejar el territorio humillado y otras a inmolarse. Su impotencia de macho, le lleva a suicidarse como hombre. La fuerza del instinto es aquí más fuerte que la razón de la cultura.

Es preciso redoblar los esfuerzos de educación en las familias, medios de comunicación y sobre todo en la escuela para arrancar con humanidad al macho depredador que todo niño lleva dentro desde que nace. Ya. Ahora. Los frutos habrá que esperarlos veinte, treinta años después. Mientras tanto, prevención, prevención y prevención; apoyo a las mujeres maltratadas desde el primer día y control de los futuros asesinos. Medidas hay muchas y algunas buenas. Ahora hace faltan presupuestos.

Como los incendios, el asesinato por violencia de género es hoy por hoy prácticamente imposible de reducir a cero. Por eso, como con los incendios, el Estado ha de disponer de los medios suficientes para prevenir y eliminar cualquier brote sin contemplaciones.

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